Este documento fue escrito por Isay Klasse, un viejo luchador de las décadas del 40 y 50. Es importante acceder al relato de un testigo como Isay. Sirve para desmitificar el Relato Peronista
Entre 1945 y 1955
En esta conmemoración del 90º
aniversario de la Reforma
del 18, quiero dejar algún testimonio
directo sobre la acción del movimiento estudiantil, en los
años en los que me tocó actuar. Como no podía ser de otra manera, en esos años
luchamos decididamente por la democracia, en defensa de la Universidad y por la Reforma Universitaria. Ante todo, desearía poder explicar claramente
a quienes hoy tengan la paciencia de leer estas notas, que nuestra lucha fue
porque desde el gobierno se intentó entonces premeditada y despiadadamente,
destruir la universidad y la cultura, en el convencimiento de que la ignorancia
y la mentira eran los mejores aliados que la dictadura de esos años podía
conseguir para hacer realidad sus propósitos. Los reformistas quisimos seguir
los ejemplos de la gran generación de 1918 y, a medida que los acontecimientos
se fueron desarrollando, depuramos nuestro movimiento de los que adherían a la
dictadura stalinista e incluimos en nuestras luchas a muchos no reformistas, pero sinceramente
democráticos, como los que integraron el movimiento humanista y a los que me
referiré más adelante. Tengo el convencimiento de que la dictadura fascista que
Perón ejerció desde junio de 1943 y en su primer y en su segundo gobierno hasta
1955, contenía claramente los gérmenes de los terribles años del 73 al 83. Creo
que en los actuales momentos que vive el país, es necesario recordar eso y qué
hicimos y por qué luchamos desde hace ya más de 60 años. Considero muy
necesario retratar a los personajes de esa época. En especial a aquéllos cuya
nefasta influencia desgraciadamente todavía se hace sentir hoy en día.
Aclaro que no aparecerán en estas
líneas todos los nombres de quienes actuaron. A algunos ya los he olvidado y a
otros no deseo recordarlos. Quizás lo haga piadosamente, porque sé que han
reflexionado y se lamentan hoy de algunas de las actitudes que, tuvieron en
algún momento de esa década, desde una posición que pretendía ser de izquierda,
en especial cuando adhirieron a la acción nefasta del gobierno de esos años
contra la universidad, contra la cultura y contra la democracia.
Me propongo referirme a las luchas
estudiantiles entre los años 1945 y 1955. Cursé mi primer año de ingeniería en 1948,
en la Universidad
de Buenos Aires, en la
Facultad que entonces se llamaba de Ciencias Exactas, Físicas
y Naturales. En 1954, cuando me gradué, la Facultad había sido dividida y terminé los
estudios en la que entonces ya era la Facultad de Ingeniería. Desde luego que la
situación política del país y el mundo en los primeros años de la década del
40, tuvieron una indudable influencia en
la acción del movimiento universitario y en las luchas de los
estudiantes reformistas de aquellos años. Permítaseme pues, hacer un breve y
sumarísimo introito para tratar de situarnos en esos momentos.
Los años de la década del 30 fueron
conocidos como la “década infame”. Esta infamia fue iniciada por el golpe
militar del 6 de setiembre de 1930 que derrocó al gobierno constitucional de
Hipólito Yrigoyen y quebró la tradición de respeto por las instituciones
democráticas que el país había iniciado trabajosamente, con la derrota del
despotismo rosista en Caseros y al lograr la unión nacional en 1862, con el
gobierno de Bartolomé Mitre y las gloriosas épocas de la generación del 80 que
fue la que construyó y dio impulso al progreso del país. Durante los años 30
las fuerzas armadas toleraron y apañaron el fraude electoral y alentaron la
llegada a posiciones importantes en el gobierno de personalidades
confesadamente antidemocráticas y pro-fascistas como Manuel Antonio Fresco y
muchos otros. Fue evidente durante esos años que la cúpula militar tenía
fuertes simpatías por el movimiento fascista que Mussolini había instaurado en
1922 y por el nazismo criminal al que Hitler había llevado al poder en 1933. Al
estallar la guerra en Europa, en 1939, los primeros éxitos alcanzados por las
fuerzas totalitarias robustecieron esas simpatías. El presidente Ortiz, pese a
que también había sido elegido fraudulentamente en 1937, intentó – pero lamentablemente sin éxito – terminar con
el fraude y modificar estas ideas de la dirigencia militar. En 1942 Ortiz enfermó gravemente y debió renunciar a la
presidencia que asumió entonces su vicepresidente Ramón S. Castillo. Éste era
un viejo caudillo conservador catamarqueño, un hombre débil, sin posiciones
firmes, que adhería a los dictados de las fuerzas armadas con relación al
conflicto bélico que ya entonces había pasado a ser la Segunda Guerra Mundial.
Al repasar los diarios de aquella época, se puede ver claramente cuan aislada
estaba la Argentina
en el continente. Hasta algunos países gobernados por personajes claramente
dictatoriales (como el Brasil de Getulio Vargas y la Cuba de Fulgencio Batista) ya
habían tomado una posición contraria al Eje conformado por Roma, Berlín y
Tokio. En esos momentos se produjeron
las derrotas de Alemania e Italia en Stalingrado y el Norte de África. Era
evidente que el curso de la guerra estaba cambiando decisivamente. Castillo
intentó lentamente modificar entonces su posición y se dispuso a imponer como
sus sucesores (desde luego fraudulentamente como en las anteriores elecciones
de los años 30) a Robustiano Patrón Costas y Manuel María de Iriondo. Éstos
eran dos políticos derechistas, que habían gobernado directa o indirectamente
sus provincias (Salta y Santa Fe) por medio de los fraudes más escandalosos
comprobados y denunciados. Esta decisión de Castillo fue acelerada por la
muerte de los ex presidentes Justo y Alvear quienes eran los candidatos
naturales para las elecciones que debían celebrarse a fines de 1943. Pero ambos
desaparecieron casi simultáneamente en 1942 y 1943. Quedó entonces firme la
fórmula Patrón Costas – Iriondo. Ambos eran personajes realistas y se
manifestaban claramente a favor de los Aliados.
Las fuerzas armadas, en cambio, seguían siendo partidarias de Alemania,
Italia y Japón. Sus simpatías eran fuertemente favorables a las dictaduras
nazi-fascistas. Los militares que, encabezados y dirigidos por Perón actuaban
en 1943, justificaban sus simpatías pro-nazis en promesas de Hitler, que les
había transmitido el embajador nazi von Thermann. Este diplomático les había
asegurado que Hitler tenía reservado para la Argentina el lugar de
potencia dominante en América Latina y que efectivizaría esa posición tan
pronto como terminara la guerra. Por ese motivo y para evitar que subieran al
poder políticos que, aunque derechistas, conservadores y fraudulentos, eran
partidarios de los aliados, el 4 de junio de 1943 las fuerzas armadas
derrocaron al presidente Castillo y su gobierno.
Pese a que en 1943 sólo era coronel
y teóricamente debía obediencia a sus superiores jerárquicos, está
completamente comprobado que Juan Domingo Perón dirigió esa asonada y, a partir
de ese momento y hasta setiembre de 1955, gobernó el país directamente o usando
a algunos simples testaferros suyos. El golpe del 4 de junio lo organizó y
comandó el GOU (Grupo Obra de Unificación o Grupo de Oficiales Unidos) cuyo
jefe era Perón. En los primeros años Perón gobernó a través de algunos
generales a los que manejó a su arbitrio. Al primero de ellos (Pedro Pablo
Ramírez) lo hizo renunciar a los pocos meses para poner en su lugar a Edelmiro J. Farrell que siempre fue un simple
instrumento suyo. Luego, se hizo elegir presidente y gobernó directamente. Pero
conviene analizar, aunque sea muy brevemente, a qué ideología adhería el jefe del GOU, y qué hizo el gobierno militar
que él dirigió y que tuvo el mando desde junio de 1943.
Si no se considera el hecho
comprobado de que, en 1919, como simple teniente, comandó las tropas que
reprimieron a los huelguistas de la fábrica Vasena, la primer incursión pública
de Perón que aparece registrada, es en setiembre de 1930, “como miembro del
comando de operaciones del golpe militar que derrocara al presidente Hipólito
Yrigoyen” [1]
Luego aparece como agregado militar
de la embajada argentina en Italia y su deslumbramiento por los logros del
fascismo son evidentes y claramente confesados. Para decirlo con sus propias
palabras: “Elegí cumplir mi misión desde Italia, porque allí se estaba
produciendo un ensayo de un nuevo socialismo de carácter nacional. Hasta
entonces, el socialismo había sido marxista: internacional, dogmático. En
Italia, en cambio, el socialismo era sui generis, italiano: el fascismo. El
mismo fenómeno se producía también en Alemania y se estaba extendiendo por toda
Europa, donde había ya hasta monarquías con gobiernos socialistas” [2]
Para ilustrar el carácter fascista del golpe de junio de
1943, basta sólo citar, como lo ha hecho Hugo Gambini en alguna de sus
disertaciones públicas, la orden de la oficina de prensa de la presidencia
fechada en julio de 1943 cuando notificó que “no se pueden publicar noticias
que afecten la dignidad de Benito Mussolini” quien ese mismo mes había sido
destituido por el rey de Italia, Víctor Manuel III, a quien, hasta entonces había manejado a su
antojo.
¿Qué
hicieron estos golpistas del 43, con la cultura, la democracia y la
universidad? Todavía están con nosotros algunos que entonces eran militantes
universitarios reformistas y ellos pueden tratar este punto mucho mejor y más
documentadamente que yo. En 1943 yo estaba cursando el último grado de la
escuela primaria pero lo que recuerdo nítidamente es la presencia de
nazi-fascistas declarados como Gustavo
Martínez Zuviría (Hugo Wast) en altos
puestos como Ministro de Justicia e Instrucción Pública y Director de la Biblioteca Nacional.
Además, a un chico que entonces sólo tenía 13 años impresionaban vivamente las
marchas totalitarias y ridículas que nos obligaban a aprender y cantar, sin
entender demasiado su significado: la
Marcha del Reservista, la Marcha del 4 de junio, la Marcha de la Fiesta del Trabajo. Como
autor de alguna de ellas ya se destacaba Oscar Ivanissevich que luego llegó a
ser un personaje tan peculiar y tan nefasto.
Perón
y el GOU vieron en 1944 que el Eje estaba perdiendo la guerra y entonces
hicieron que la Argentina
rompiera relaciones con Alemania y Japón (Italia ya se había rendido) Para ello tuvieron que hacer renunciar al
General Ramírez que todavía se negaba a tomar esa medida. Por fin, en marzo de
1945, Argentina declaró la guerra a lo que quedaba del Eje. Fue el último país
en tomar tan “valiente” decisión, precisamente un mes antes de que murieran
tanto Hitler como Mussolini y apenas unos 40 días antes de que Alemania se
rindiera incondicionalmente. Alguien puede pensar que no es posible encontrar
más claras evidencias del carácter nazi-fascista de las decisiones del GOU. Sin
embargo, todavía bastante después del fin de la guerra, Perón siguió fiel a
estas prístinas posiciones suyas, al recibir y dar refugio en la Argentina a personajes
siniestros como Adolf Eichmann, Ante Pavelic (el “Quisling” de Croacia), el
seudo científico Ronald Richter (que logró embaucar a Perón hasta el punto de
hacerle decir públicamente que pronto la Argentina tendría la energía atómica en “una
botellita de Coca Cola”), Ludwig Freude
y tantos otros que ya no vale la pena recordar..
Es
evidente que una universidad que siguiera los ideales democráticos de la Reforma era absolutamente
inconciliable con las doctrinas nazi-fascistas que impuso el movimiento militar
que depuso a Castillo y que continuó el peronismo – tal vez perfeccionándolas –
cuando Perón asumió ya directamente el poder que, hasta entonces, habían
desempeñado nominalmente sus testaferros. Un detalle circunstancial nos da una
muestra más de la identificación de Perón con los ideales del golpe militar de
1943. Cuando en 1946 tuvo que fijar la fecha de iniciación de su período de
gobierno, eligió el 4 de junio y en la norma que así lo establecía, se dejó
constancia del homenaje que con ello se rendía a ese movimiento al elegir
precisamente ese día para un acontecimiento tan importante como el del comienzo
de un período de normalización constitucional.
El
Tercer Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios, reunido en Córdoba en
1942, había aprobado claras declaraciones contra el nazi-fascismo. En ellas se
reclamaba que la Argentina
apoyara decididamente a los países que luchaban contra Alemania, Italia y
Japón. Esta posición era evidentemente muy mayoritaria entre los profesores de
las altas casas de estudio. Los nombres de Alfredo L. Palacios, Carlos Saavedra
Lamas, Bernardo Houssay y Carlos Sánchez Viamonte son realmente símbolos de ese
período. Pero no fueron los únicos aunque sí figuran entre los más destacados.
Llegó luego el golpe de estado del 4 de junio y las autoridades “de facto”
trataron de quebrar esta posición. Las luchas, idas y venidas del período están
muy bien relatadas en el libro ¡Aquí FUBA! que ya he mencionado antes y nada
puedo agregar a lo que allí se dice. Por mi parte, la primera vez que entré al
viejo edificio de la “manzana de las luces” en la calle Perú 222, fue en
octubre de 1945, cuando lo ocupaban los estudiantes que reclamaban la vigencia
de la democracia y la autonomía universitaria. Entré casi clandestinamente
llevando comida para los que allí estaban. Todavía recuerdo con emoción algo
del camino sinuoso que me hicieron seguir para entrar al edificio tomado por
los estudiantes. Como yo era “un mocoso” de apenas quince años, que cursaba
entonces el segundo año del secundario y que no tenía nada que hacer allí,
inmediatamente me echaron y me obligaron a salir del edificio de la Facultad. Con ello
me hicieron un gran favor porque ésos fueron justamente los días del asesinato
de Aarón Salmún Feijóo.
No
volví a entrar al viejo y querido edificio de Perú 222 hasta los primeros días
de 1947. En esa época ya cursaba el quinto año del bachillerato porque había
aprobado el tercer año en exámenes libres, a fines de 1945. Simultáneamente con
el último año de la secundaria, hice el Curso de Ingreso a la Facultad y empecé
entonces a interiorizarme sobre la acción del viejo Centro “Estudiantes de
Ingeniería”.
El
ambiente de la Facultad
y la Universidad
de Buenos Aires era desolador en esa época. Solo quedaba ya el recuerdo
nostálgico de las dignas autoridades que, como el Ing. Mendiondo, la habían
defendido. tanto. Después de las luchas encarnizadas del 45 y las huelgas del
46 el peronismo, con sus doctrinas totalitarias, se había hecho dueño del país
y se había empeñado en doblegar a quienes Perón motejaba de “jovencitos
engominados” De alguna manera el CEI era un refugio increíble en aquellos
años. Fundado en 1904, por la unión de la Asociación Atlética
de Ingeniería y la
Asociación “La
Línea Recta ” ax+by+c=0 (así figura en las actas originales
que pude ver muchos años después) en 1947 tenía como socios activos a más del 90
% de los estudiantes de ingeniería. En el acta de la unión de ambas entidades
figura la firma del estudiante Agustín P. Justo quien, luego de obtener una
medalla de oro al graduarse como ingeniero civil, siguió la “provechosa”
carrera que lo llevó a ser general y Presidente de la República en 1932. Otro
nombre importante en esta historia es el de Gabriel del Mazo líder de la Reforma en 1918 que fue
presidente del CEI y luego autor de una destacada historia del movimiento
reformista que se publicó en tres tomos extensos y muy bien documentados.
Hasta
1946, con algunos intervalos, había sido muy importante en Ingeniería, la
acción de la Lista Blanca
que fundara y dirigiera en 1932 Augusto J. Durelli. Hoy todavía conservan
actualidad sus artículos y ensayos, en pro de la Reforma , la autonomía
universitaria y la democracia, Siempre agradeceré al querido “gallego” Dimas
Hualde García que fue el primero que me
mencionó a Durelli y logró que leyera ávidamente todo lo escrito por él, que
caía en mis manos.
En
1946 era presidente del CEI el siempre recordado Alberto Pochat a quien alcancé
a conocer y apreciar. Sus consejos eran siempre atinados y admirables. Pochat
fue uno de los que más contribuyó a afianzar el gran papel del CEI como entidad
gremial de compleja y eficaz acción cooperativa. El CEI alcanzó así una
posición económica de gran solvencia. Tenía una impresionante biblioteca
técnica, publicó numerosos libros y apuntes y editaba la revista “Ciencia y
Técnica” que logró un gran prestigio internacional. Desde luego que también
tenía una impresionante y muy cuidada actividad de difusión cultural y su
“Boletín” (que en 1949, por un breve período, tuve el gusto de dirigir) que reflejaba las discusiones y diferentes
puntos de vista de los estudiantes.
En
cierto momento era mayoría en el CEI la
que se denominó “Lista Azul”, no reformista y ciertamente inclinada a una
posición apolítica y neutralista ante la contienda bélica. Frente a ella estaba
“Lista Blanca” a la que ya he descripto como la obra de Augusto Durelli y sus
seguidores. Los estudiantes comunistas se agrupaban en la “Lista Verde” que
seguía fielmente los dictados del Komintern, órgano directivo de la Internacional Comunista
que funcionaba en Moscú y obedecía las órdenes de Stalin. Así, hasta 1935/36,
fueron seguidores de las doctrinas del grupo Insurrexit que en sus manifiestos
decía que “la traición estaba en la esencia misma del movimiento
universitario reformista” y reprobaba la acción común con los socialistas a
los que despectiva e injustamente llamaba “social-fascistas”. Muchos
años después de editado, en plena lucha por reconquistar FUBA, tuve la fortuna de conseguir un volante
de Insurrexit y de su lista en el CEI,
firmado, entre otros, por algún viejo estudiante crónico (cuyo nombre,
como dije al principio, prefiero ahora no recordar) que había iniciado su
carrera de ingeniería en los años de la década del 30 y todavía era dirigente
estudiantil comunista en 1948. Cuando las leí en una sesión de la Junta Representativa
de FUBA, estas afirmaciones causaron sensación y demostraron que, antes que los
intereses auténticos de los estudiantes, los comunistas que actuaban en el
movimiento seguían ciegamente los dictados de su partido. En ese momento estaba
lejos de suponer que, antes de terminar mis estudios y mi militancia
estudiantil, los comunistas, seguidores de Stalin, volverían a darnos otro
ejemplo de ésta, su actitud tan reprobable.
En
1947 había ganado las elecciones del CEI una nueva lista que se propuso ser
independiente de Lista Azul y de Lista Blanca. Se llamó, precisamente, “Lista
Independiente” y gobernó muy eficazmente el CEI por tres períodos. Los
presidentes de esos años fueron Bernardo J. Loitegui, Lucio R. Ballester y
Alberto J. Oteiza Quirno. Recuerdo que en esa época yo tenía tantos deseos de
participar en el movimiento que pretendí ser aceptado como socio activo del CEI
en 1947, es decir antes de haber aprobado el ingreso y cumplir con la exigencia
estatutaria de ser alumno regular. Argumenté fogosamente en una reunión que conseguí
con el presidente del CEI (que era en ese momento Loitegui) que quienes
hacíamos el curso de ingreso merecíamos ser socios del CEI en una categoría
especial. Loitegui escuchó pacientemente el discurso que le endilgué con mi
apasionamiento de los 17 años recién cumplidos. Pienso que una propuesta tan
entusiasta como absurda debe haberle divertido
pero también aburrido mucho.
En
esos años, el CEI no estaba afiliado a FUBA. El estatuto preveía que, para
afiliarse a una Federación de centros de estudiantes, la decisión debía ser
tomada por los socios en un plebiscito general, precedido por una o más
asambleas informativas. Finalmente entre 1948 y 1949 se desarrollaron tres
asambleas y en ellas tuvo gran actuación Dimas Hualde que, entonces era ya el
líder de la Lista
Blanca. Sus discursos fueron muy convincentes y demostraron
la necesidad de que el CEI volviera a FUBA para colaborar en la tarea de
liberarla del dominio de los comunistas y sus camaradas de ruta y lograr que
volviera a ser una eficaz institución contraria a la dictadura y luchadora por
la democracia, la libertad y la reforma universitaria. Es notable como, en
pleno gobierno peronista, decidido adversario de la libertad de expresión, los
jóvenes estudiantes cultivaban esas costumbres de debatir a fondo y con
argumentos claros, todas las posiciones que pudieran influenciar su futuro. El
plebiscito dio una amplia mayoría por la afiliación y en 1949 se incorporaron a
la Junta
Representativa de FUBA los delegados del CEI que fueron
Ernesto A. Trigo y Ángel J. Álvarez Manteola, de la Lista Independiente.
En
esa época existían tres listas en el CEI. Una era la Lista Independiente
que había ganado la mayoría de la
C..D. Los reformistas tradicionales estaban en la vieja Lista
Blanca y los comunistas y sus aliados (incluyendo a algunos estudiantes de
simpatías socialistas) constituían la Agrupación Reformista
de Ingeniería (ARDI) porque los comunistas, obedeciendo a instrucciones del
Komintern y la
Tercera Internacional , estaban ya de vuelta de las posiciones
de Insurrexit y fomentaban los “frentes populares”... Pero en 1949 se
hizo imposible que continuaran en ARDI los que no simpatizaban plenamente con
los comunistas que seguían fielmente y sin discusión las instrucciones del
Comité Central de su partido. En ese momento el Secretario General de ARDI era
Livio Guillermo Kühl, un aventajado estudiante que, pese a su muy activa
militancia, logró terminar en poco más de cuatro años la carrera de Ingeniero
Industrial con calificaciones sobresalientes y que en ese momento tenía ideas
socialistas. En una ruidosa Asamblea de ARDI se lo destituyó del cargo y se lo
expulsó como miembro de la agrupación. Esta medida se adoptó con sólo dos votos
en contra: el de Julio A. Canella y el mío. Por supuesto, inmediatamente
nosotros dos fuimos expulsados pero esta vez por unanimidad de la Asamblea.
Encabezados
por Guillermo Kühl formamos entonces el MUR, Movimiento Universitario
Reformista. Tuvimos la adhesión inmediata de Lista Blanca con sus principales
integrantes entre los que recuerdo ahora a Dimas Hualde, León Patlis, Jorge
Roulet y José A. Alegre. También se unió a nosotros Alberto J. Oteiza Quirno
con un importante grupo de adherentes de la Lista Independiente.
Adoptamos una posición netamente reformista, derivada de los principios de la Reforma del 18 en Córdoba,
por la autonomía de una universidad libre y gratuita, abierta al pueblo, con un
gobierno tripartito integrado por representantes de los docentes, los egresados
y los alumnos. Por supuesto, esta posición tan
definida y democrática nos colocaba en abierta oposición al régimen
dictatorial imperante en el país que había demostrado sus intenciones para con la Universidad al
sancionar la ley 13031 en octubre de 1947 que no hacía más que consolidar el
imperio del slogan “Alpargatas sí, libros no”.
Para
preparar estas notas he vuelto a leer la Ley Universitaria
que sancionó el congreso con mayoría peronista en 1947 con la abierta oposición
del “Bloque de los 44”
que formaba la minoría en la
Cámara de Diputados. En la década del 30 las universidades se
regían por el Estatuto Nazar Anchorena que negaba los principios de la Reforma. Pero esta
ley universitaria peronista fue especialmente redactada para someter la vida
universitaria a los dictados antidemocráticos de la dictadura peronista. Creo
que sería útil divulgar hoy muchas de sus disposiciones, particularmente entre los jóvenes estudiantes
que se dicen continuadores del peronismo, probablemente sin conocer demasiado
la doctrina que Perón difundió y puso entonces en práctica contra la
universidad. . Sin ánimo de agotar el tema mencionaré sólo algunas. Para
comenzar, el rector de la universidad debía ser directamente designado por el
Poder Ejecutivo (Art.10). Los decanos, que integraban el Consejo Superior, eran
nombrados por el Consejo Directivo de cada Facultad pero este cuerpo debía
votar por uno de los integrantes de la terna que el Rector había confeccionado
(Art.27). Los profesores debían ser designados por el Poder Ejecutivo entre los
integrantes de una terna que preparaban quienes, como ya se ha visto, dependían precisamente del
PEN (Art.46). Pero hay aún más. Los egresados no tenían representación ni en
los Consejos Directivos de las Facultades ni en el Consejo Superior de la Universidad. Los
estudiantes no tenían representación en el Consejo Superior de la universidad.
En los Consejos Directivos de las facultades estaban representados por un
estudiante elegido por sorteo entre los diez mejores alumnos del último año de
la carrera y tenían voz limitada a “expresar el anhelo de sus representados”
(Arts. 85 y 86) pero no tenían voto Evidentemente, en esta forma las
universidades no tenían ninguna autonomía y se constituían en meras
dependencias de quien desempeñara la presidencia de la Nación. Todo hecho a
la medida de Perón que tenía la última palabra hasta en temas como la creación
de nuevas facultades (Art.17 Inc. 2). Tanto FUA como las federaciones locales y
todos los centros de estudiantes rechazaron inmediatamente este engendro. Pero
quiero relatar dos acontecimientos que se produjeron en la Facultad de Ingeniería
con motivo de esta ley. El primero de ellos es que una sola vez se hizo el
sorteo para “elegir” al representante de los estudiantes en el Consejo
Directivo de la Facultad
de Ciencias Exactas. Resultó elegido en esta forma un alumno muy brillante del
6º año de Ingeniería Industrial que, luego de obtener varios otros títulos en
el extranjero, tuvo después mucha actuación pública en el país. En la primera
reunión del Consejo Directivo de la
Facultad a la que fue citado, este estudiante pidió la
palabra y pronunció un vibrante discurso contra la ley 13031 y a favor de la
democracia y la autonomía universitaria. Nunca más fue invitado a una reunión. Y tampoco nunca más se volvió
a efectuar el sorteo para el cargo de representante estudiantil.
El
segundo episodio se refiere a lo que con la C.D. del CEI hacíamos siempre que aparecía en la Facultad un nuevo Decano,
nombrado según las normas de esta ley que rechazábamos. En una oportunidad fue
nombrado Decano un ingeniero llamado Julio Manerti Rioja y los que integrábamos
la CD del CEI lo
visitamos para decirle, como ya lo habíamos hecho con otros decanos, que el CEI
lo aceptaba como autoridad “de facto” pero que rechazábamos su nombramiento
porque provenía de una ley contraria al espíritu de lo que debía ser una
verdadera universidad. Este decano (que era cuñado del Ministro de Instrucción
Pública Méndez de San Martín) nos
escuchó muy pacientemente. Luego nos dijo que tenía instrucciones de
proponernos que cambiáramos de actitud y apoyáramos “la revolución nacional”
que lideraba el General Perón. Y que - si como él lo esperaba – nosotros
accedíamos, estaba dispuesto a darnos puestos bien remunerados como ayudantes o
cualquier otra categoría en el plantel de empleados de la universidad, sin
necesidad de que cumpliéramos ninguna tarea sino simplemente cobrar el sueldo,
Como es dable imaginar, nuestra respuesta fueron gruesos epítetos y nos
retiramos inmediatamente. Parece mentira pero estos personajes pensaban que
todos éramos como ellos, amorales y dispuestos a vendernos sin ninguna clase de
escrúpulos.
El
MUR ganó las elecciones del CEI en mayo de 1950. Todavía recuerdo los
guarismos, que eran muy contundentes para la época: MUR 725 votos, ARDI 197.
Guillermo Kühl fue elegido presidente y Jorge Roulet y yo fuimos delegados a la Junta Representativa
de FUBA. Inmediatamente comenzamos a coordinar acciones con los reformistas de
las otras facultades. Formamos la Liga Reformista , empeñada en la lucha por la Reforma Universitaria y la vigencia de las instituciones
democráticas en abierto enfrentamiento con el dictatorial gobierno peronista de
esos momentos y con las posiciones del grupo pro-comunista que había quedado ya
en franca minoría en casi todas las facultades. En la primera sesión de la JR , fue elegido Presidente de
FUBA Roulet, el querido “Fgancés” (así lo llamábamos muy cariñosamente). Con su
designación se reconocía claramente la importancia del CEI cuya incorporación
había fortalecido notablemente a la Federación. En ese mismo año era presidente del
Centro de Estudiantes del Doctorado en Química (CEDQ) un joven estudiante,
activísimo en tareas cooperativas y que proclamaba entonces “urbi et orbi” sus
posiciones anarquistas Se llamaba César Milstein. Siempre supimos que estábamos
unidos por un parentesco más o menos lejano
(su madre, Doña Máxima y mi abuela materna Doña Rebeca, ambas de
apellido Wapñarsky, eran primas hermanas). Pero, por supuesto, no pude dejar de
exteriorizar mi orgullo cuando años después César ganó el Premio Nobel. Pero
antes de llegar a este premio, César se ocupó mucho del CEDQ, de los
campamentos en Bariloche, en la acción cooperativa de su centro y tuvo que
trabajar por años en un Laboratorio de Análisis Clínicos, para poder pagar sus
estudios. César organizó el CEDQ siguiendo las líneas del CEI e hizo de su
centro una entidad fuerte y muy activa en pro de los intereses de los
estudiantes y ambas instituciones, que compartían el mismo edificio de Perú
222, actuaron firmemente siempre en defensa de la democracia universitaria,
enfrentándose a los “delegados” impuestos por el gobierno nacional.
Ese
año 1950 fue de grandes luchas y enfrentamientos. En diciembre la Policía irrumpió una noche
en una reunión de la
Junta Representativa que se desarrollaba en la sede del
Centro de Farmacia y Bioquímica. Detuvo ese día a todos los integrantes de la Junta (unos18 delegados de
los centros entre las cuales estábamos
Jorge Roulet y yo) y a todos los que formaban la numerosa barra que siempre asistía
a estas sesiones públicas y – (¡Oh viejos procedimientos democráticos!) – tenía
y usaba en ellas, su derecho a voz. Desde luego no recuerdo todos los nombres.
Entre los que sí puedo mencionar, estaban Isay Klasse, Gregorio Selser, Héctor
J. Barcia, Mario Trumper y J. Felipe Lunardello. Éramos en total unos 50 estudiantes. Nos
llevaron primero a la
Comisaría 17 en la Avda. Las Heras y luego a la octava, en la calle
General Urquiza donde funcionaba la Sección Especial de Represión del comunismo que
dirigían los tristemente célebres torturadores Cipriano Lombilla y José
Amoresano. Nos tuvieron allí varios días y – para amedrentarnos – nos mostraron
gozosamente los instrumentos de tortura que, por fortuna, no usaron en esa
oportunidad. Tuvimos más suerte que algunos de nuestros compañeros de esos
años, como Félix Luna y Emilio A. Gibaja que sí fueron torturados. Ya que
recuerdo a estos “torturadores” creo que es necesario mencionar que en
septiembre de 1955 se exilaron en el Paraguay dictatorial de Strossner, junto
con Perón que siempre fue su jefe y numen inspirador. Y que en 1973, tanto
Lombilla como Amoresano volvieron al país protegidos y amnistiados por Cámpora,
Lastiri, Perón, Isabel y López Rega.
Mientras estuvimos en la Sección Especial , en la calle Gral. Urquiza,
frente al Hospital Ramos Mejía, estos personajes también nos hicieron ver cómo
quemaban libros que decían haber secuestrado en casas de “comunistas como
Uds.” De alguna manera logró llegar hasta allí uno de nuestros defensores,
el Dr. Alfredo Palacios, que los increpó duramente pero no consiguió que nos
dejaran en libertad. Una novedad desconcertó a estos “fieles luchadores
anticomunistas”. Uno de los asistentes a la barra y detenidos en esa
oportunidad, era Ludovico Ivanissevich Machado, que empezaba entonces a
organizar el humanismo en las facultades. Lo primero que los torturadores no
podían entender es qué hacía entre nosotros una persona que resultaba ser
sobrino del Ministro de Instrucción Pública. Por fin el desconcierto fue aun mayor,
cuando encontraron que, entre sus ropas, Ludovico tenía un rosario y ¡lo usaba
para rezar! Evidentemente, éste era un tipo de “comunista” bastante raro. Más
adelante me referiré a los humanistas, a su valiente adhesión al movimiento
estudiantil y a su valioso aporte en esos años a la causa de la democracia y la
libertad.
Por
fin, después de la
Sección Especial , nos llevaron a la cárcel de Villa Devoto
pero en ningún momento se nos informó de qué nos acusaban. Los centros de
estudiantes declararon entonces una huelga general reclamando nuestra libertad
y lograron un alto apoyo. Mientras tanto los defensores, Alfredo L. Palacios y
Arturo Frondizi, presentaron activamente sus recursos legales. De alguna
manera, el gobierno comprendió entonces que nada ganaba reteniéndonos y fuimos
puestos en libertad. Pero hay un episodio que debo relatar. Jorge Roulet era un
asmático para quien el Asmopul era un remedio indispensable. En la primera
noche en Devoto, uno de los carceleros le quitó el frasco y lo rompió gozosamente a la vista de todos nosotros, jactándose y
deleitándose con ello. Para Jorge Roulet esto era muy grave porque debía
aspirar el remedio constantemente, dado el estado ya muy avanzado de su
enfermedad. Todavía no sé cómo logré que me dejaran hablar por teléfono y a las
pocas horas se aparecieron en la cárcel mi novia y mi madre que en esa época
tenía una farmacia. Traían con ellas un frasco de Asmopul. Tampoco sé cómo
lograron sobornar a diestra y siniestra pero lo que sí sé es que consiguieron
que nos entregaran esa misma noche la medicina que ellas habían traído y así
“el Fgancés” pudo subsistir más tranquilamente el tiempo que nos tocó estar
presos.
Algo
que también fue interesante en esos días de cárcel es lo que me ocurrió a los
pocos días de salir. Por una de esas cosas que no me logro explicar demasiado
claramente, yo había llevado a la reunión de la JR los apuntes de una materia que pensaba rendir
en ese turno de examen, en diciembre. En consecuencia, esos textos me
acompañaron a la
Sección Especial en la que, por suerte, pude demostrar que
esa materia sumamente técnica del tercer año de la Facultad , no tenía nada
que ver con las “subversivas doctrinas comunistas” que ellos debían combatir.
Por esa razón me los dejaron y pude seguir preparando la materia en la cárcel
de Villa Devoto. Unos días después de salir, me presenté a rendir el examen. El
viejo profesor titular de la materia era el Ing. Manzanares (que muy poco
tiempo después se jubilaría). Él vio mi nombre y me preguntó si yo era el que figuraba
en los volantes y carteles que FUBA y el CEI habían preparado pidiendo nuestra
libertad y declarando la huelga. Por supuesto, le contesté que sí y me dispuse
a enfrentar lo que viniera. Pero lo que
pasó es que el Ing. Manzanares me dijo entonces que no sacara bolilla ni le
mostrara las prácticas como era normal al dar examen de esa asignatura. El
cortísimo examen consistió únicamente en una sola pregunta absolutamente
simple, relacionada con un procedimiento geométrico muy sencillo y elemental. Como
- por supuesto - le contesté rápidamente y sin equivocarme, él dio por
terminado el examen, me dijo que me ponía la máxima calificación
(sobresaliente) y me despidió con un cordial y cálido abrazo. Fue su elocuente
manera de demostrar qué es lo que pensaba sobre la acción de FUBA y el CEI y
los estudiantes que luchábamos por la democracia y la vigencia de la Reforma Universitaria.
En
esos días las autoridades impuestas en la Universidad , por el
fascismo peronista que gobernaba en el país, se aparecieron con una nueva
exigencia tendiente, como casi toda su acción, a uniformar la vida
universitaria en la bajeza intelectual que ya habían logrado implantar en el
resto de la educación pública. Sorpresivamente, la Facultad de Derecho
empezó a exigir a algunos estudiantes un Certificado de Buena Conducta emitido
por la Policía Federal
para admitir su inscripción o re-inscripción como alumnos regulares. El solo
hecho de que esta exigencia se aplicara a algunos y no a todos demuestra su
arbitrariedad y el propósito avieso que la había inspirado. Por supuesto,
resulta absolutamente inadmisible e inconciliable con cualquier principio
democrático, dejar en manos de la
Policía (¡con “jefes” como eran los Lombillas y los
Amoresanos!) la posibilidad de que un estudiante pudiera seguir su carrera.
Desde luego que el criterio con los que se emitirían esos certificados de buena
conducta, haría que los estudiantes más conocidos por su militancia democrática
y reformista no pudieran seguir cursando sus estudios universitarios. Los casos
que recuerdo patentemente son los de Gregorio Selser, Emilio A. Gibaja y
Enrique Kozicki además del de Cecilia Grossman cuya familia – propietaria de la
firma Mu Mu - había cometido el “pecado”
imperdonable de negarse a hacer ciertas “donaciones” a la Fundación que encabezaba
la segunda mujer de Perón. Creo que estos casos fueron usados como ensayos para
ver qué reacción se producía. Tratamos el tema con toda dedicación en la Junta Representativa
de la FUBA y
decidimos la iniciación de un plan de lucha muy activo, con actos, volanteadas
y hasta paros en todas las facultades de la UBA. El tema llegó también al Congreso y, fue
vigorosamente tratado en la
Cámara de Diputados a instancias del bloque minoritario,
desde luego que sólo en la medida en que lo permitió el famoso diputado
peronista José Astorgano (cuya única actuación legislativa que se registra en
los Diarios de Sesiones de la
Cámara , consistió siempre en formular e insistir en la
aprobación de mociones de cierre de debate). Con el tiempo esta exigencia dejó
de aplicarse pero los que sufrieron sus efectos sólo pudieron seguir su carrera
después de septiembre de 1955.
Uno
de los problemas más serios que tuvimos que enfrentar en esa época fue el de la
representación de los estudiantes de medicina en FUBA. Una pandilla
declaradamente fascista se había apoderado del viejo Centro de Estudiantes de
Medicina, que había tenido una gloriosa trayectoria desde 1918. Todavía existe
el edificio que el CEM construyó en la calle Corrientes 2038. Por años fue su
sede y ahora pertenece a la universidad que lo ha utilizado para albergar
distintos organismos. El jefe del grupo faccioso que había perpetró la
maniobra, apoyado por las autoridades de la Facultad de los primeros años de la década del
40, era José Arce. Éste era un conocido militante nazi-fascista, que comandaba
en Buenos Aires un grupo de fieles partidarios del franquismo durante la guerra
civil española y que colaboraba asiduamente en todas las publicaciones de esa
tendencia como “El Pampero” y tantas otras. Arce logró que el CEM fuera
intervenido y luego, mediante un escandaloso fraude, logró que sus secuaces se
quedaran con él. FUBA perdió ese importante centro y los estudiantes de
medicina todavía no tenían su centro y su representación en FUBA cuando yo me
gradué en 1954. Pero Arce consiguió un premio importante por su actuación,
según paso a relatar. El gobierno peronista que había declarado la guerra a
Alemania apenas unos 40 días antes de la rendición incondicional del régimen
nazi, había conseguido ser admitido en las Naciones Unidas, a duras penas y con
muchos votos en contra y abstenciones en la Asamblea General
del organismo, (¡qué vergüenza para nuestro país!). Pero José Arce tuvo su
premio. Fue designado como el primer representante argentino en las Naciones
Unidas y desempeñó ese cargo varios años. Otra vergüenza más para la Argentina.
Como
el viejo CEM ya no formaba parte de FUBA, la única representación de los
estudiantes de medicina (con voz pero sin voto) fue ejercida por la denominada
Agrupación Reformista de Medicina (ARM) que muy pronto fue dominada por los
comunistas, dirigidos por un viejo estudiante crónico que se llamaba Alfredo
Galetti. Éste “joven” Galetti había sido uno de los dirigentes de Insurrexit
que, como ya lo he informado antes en estas líneas, era el grupo formado por
los universitarios comunistas locales, en los primeros años de la década del 30
y que sostenía que “la traición estaba en la esencia misma del movimiento
reformista”. Este hombre siguió siendo comunista y cambió su posición
obedeciendo a las órdenes del Komintern cuando este organismo resolvió apoyar
los “frentes populares” en 1936, con aquéllos a quienes hasta entonces
había repudiado y llamaba “social fascistas”. Pues bien, Galetti seguía
siendo estudiante en 1949, que fue cuando yo lo conocí. Todo un récord de
permanencia. Pero su nombre me viene a la memoria porque su última actuación
fue sumamente recordada. En 1949 se había iniciado el proceso de recuperación
de FUBA para los sectores democráticos y auténticamente reformistas. Al tratar
de nombrar al nuevo presidente de la Junta Representativa ,
se había producido un empate entre Héctor J. Mase, el viejo, querido y muy
recordado presidente del Centro Estudiantes de Ciencias Económicas (CECE) y
otro candidato apoyado por los comunistas y cuyo nombre no quiero recordar
porque me consta que luego se arrepintió sinceramente de haber sido un
“camarada de ruta”. En esas circunstancias, el otro representante del CECE, a
quien ninguno de los asistentes conocía entonces (ya se verá quien era) desapareció por una
media hora de la reunión y luego supimos que se había ido a conversar con
Galetti. Cuando regresó, pidió la palabra y comenzó a hablar muy suavemente,
diciendo que él era nuevo en esas reuniones, que era la primera vez que
participaba y que el compañero Galetti le había propuesto votarse a sí mismo
como presidente de FUBA y entonces, con el apoyo de los delegados
pro-comunistas, se rompería la impasse y él resultaría electo. Volvió a decir
que, como él era nuevo y no tenía experiencia, no sabía si las cosas se hacían
siempre así en FUBA. Pero inmediatamente elevó su voz y dijo que él no era un
tonto, ni un imbécil (y agregó otra serie de calificativos e improperios como
los que pronto descubrí que usaba muy a menudo y siempre adecuadamente). Que él
tenía mandato de su centro para votar por Héctor Mase como presidente de FUBA y
que cumpliría con su mandato pese la deleznable (él usó otra palabra mucho más
gráfica) proposición del “experimentado compañero Galetti”. En ese momento me
dijeron que este delegado del CECE se llamaba Bernardo Grinspun. Ésa fue la primera vez que lo vi, iniciando una
cordial amistad y activa cooperación (incluso en el gobierno nacional) que duró
hasta su muerte, muchos años después. En cuanto a Galetti, despareció y nunca
más se supo nada de él.
Pero
aún en el fragor de estas intensas luchas políticas, contra el fascismo
gobernante y en pro de la Reforma Universitaria , entidades como el CEI
tuvieron siempre tiempo y voluntad de hacer otras cosas importantes. Se seguía
así la vieja línea del CEI que, en 1925, había invitado a Albert Einstein a
visitar Buenos Aires, pagando su pasaje desde Berlín y todos los gastos de su
estadía, lo que Einstein retribuyó con una serie de cinco conferencias que
dictó en la vieja y querida Aula Magna de la Facultad en Perú 222. De
las épocas de mi actuación hay muchas cosas que podría evocar. Me limitaré sólo
a dos o tres. En 1950 y 1951, el CEI batió todos los records de publicaciones
técnicas. En esos años editó siempre regularmente Ciencia y Técnica y no menos
de 80 libros altamente apreciados por su rigor técnico y científico, muchos de
ellos escritos por profesores de la
facultad y otros traducidos del alemán, inglés o francés. Además, desde luego,
también los apuntes para todas las
materias que se cursaban en la Facultad. Funcionó también una admirable Comisión
de Cultura, que alguna vez presidió Tania Patlis y que, entre otras muchos
cursos y actividades culturales, organizó una serie de conferencias de
divulgación de la música clásica que estuvo a cargo del eminente director de
orquesta alemán Theodor Fuchs (exilado de su patria en 1937).Y también, en
colaboración con el Colegio Libre de Estudios Superiores que entonces dirigían
los tres hermanos Frondizi (Arturo, Silvio y Rizzieri) propició inolvidables
cursos y conferencias especialmente preparadas para estudiantes universitarios.
También cabe recordar los memorables bailes que una vez al año se hacían en el
salón “Les Ambassadeurs”. Recuerdo que en uno de ellos, Milo Gibaja salió al
escenario, vestido de cura, mientras la orquesta tocaba el tango y el cantor
cantaba muerto de risa “y pensar que hace 10 años fue mi locura”....
Ese
año 1950 en que fui por primera vez delegado del CEI a FUBA, la Liga Reformista
que habíamos fundado a principios de ese año, integró a muchos estudiantes de
casi todas las facultades de la UBA, unidos todos en la lucha por la vigencia
de las instituciones democráticas y la Reforma Universitaria
Aún a riesgo de olvidar muchos nombres, recordaré a Jorge Torres de Agronomía,
Noé Jitrik, Gerardo Andujar, Boris David Viñas, Haydée Gorostegui, Miguel
Murmis, Noemí Fiorito, Darío Cantón y Ramón Alcalde de Filosofía. A Héctor
Mase, Bernardo Grinspun, Jorge Graciarena, Ruth Sautú, Jorge García Tudero y Abel Alexis Latendorf de Ciencias
Económicas. A Leónidas Barrera Oro de Odontología. Al inolvidable César
Milstein del Doctorado en Química. A Félix Luna, J. Felipe Lunardello, Milo
Gibaja, Gregorio Selser, Isay Klasse y Luis A Vila Ayres de Derecho. Y, desde
luego, a todos los que integrábamos el MUR de Ingeniería. La lista puede llegar
a ser interminable. Lo que me llena de satisfacción al evocar estos nombres es
el hecho de que muchos de ellos tuvieron luego brillante actuación en sus
profesiones y hasta en el gobierno del país y organismos internaciones. Y
también algunos se destacaron en actividades científicas en el extranjero, que
fueron altamente apreciadas en el mundo entero. Y que ninguno de ellos fue
jamás acusado de hacer alguna de las cosas que tanto nos han perjudicado y
avergonzado como país.
Hacia
fines del año 1950 y principios de 1951, aparecieron en Ingeniería dos nuevas
listas que nucleaban a diferentes sectores del estudiantado. Cada una de ellas
merece por lo menos un párrafo destacado en estos recuerdos míos, por su
indudable valor y porque demostraron cómo el movimiento estudiantil recogía
distintas opiniones amparando su desarrollo en una nueva prueba de su adhesión
a los valores de la democracia. Una de estas agrupaciones se llamó Unión
Reformista de Ingeniería. La integraron principalmente estudiantes que, en esa
época, tenían simpatías por el movimiento anarquista. Sus principales
dirigentes fueron, entre otros, Adolfo
Canitrot, Jorge Albertoni, José Manuel Pedregal y Mario A. Liebeschütz.
Actuaron como agrupación independiente hasta que, en 1952, el gobierno
dictatorial quitó la personería jurídica al CEI y con eso pensó que acababa con
él. En ese momento, todos los integrantes de URI se solidarizaron plenamente
con la acción del CEI y actuaron decididamente en la creación del CEI “La Línea Recta ” que se
fundó entonces para continuar la lucha estudiantil. Algunos llegaron a ser
presidentes del nuevo CEI La
Línea Recta , todos fueron perseguidos por la policía
peronista y muchos pasaron mucho tiempo en prisión. Algunos de ellos hasta
tuvieron que soportar el sadismo de los que los sometieron a un simulacro de
fusilamiento en junio de 1955. La
Fundación 5 de octubre de 1954 puede dar testimonio de estas
luchas en mejor forma que yo. Lo que quiero destacar es que este grupo
altamente intelectual de estudiantes de ingeniería se destacó mucho en las
terribles luchas que se produjeron desde 1951 y hasta setiembre de 1955.
En
1951-52 comenzó a actuar decididamente el grupo de estudiantes que constituyó
las agrupaciones humanistas. En Ingeniería se llamaron Agrupación Humanista
Renovadora. Sus principales dirigentes eran Ludovico Ivanissevich Machado y
Guido di Tella, que entonces tenía una posición netamente antiperonista y a
favor de la democracia, Pronto extendieron su acción a las demás facultades de
la UBA y fueron un valioso aporte a las luchas de esos años. Los humanistas
eran jóvenes católicos que estudiaban las doctrinas del filósofo francés
Jacques Maritain y su mujer Raissa Oumansoff, una judía rusa convertida al
catolicismo a la que había conocido mientras ambos eran alumnos de Henri
Bergson y discutían la actualización de
las ideas de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Como se ve, el
humanismo tuvo amplias raíces intelectuales de primer orden. Sus militantes
fueron valientes colaboradores en la lucha por la democracia universitaria y
llegaron a ocupar posiciones importantes en el movimiento. En Ingeniería
obtuvieron la minoría de la CD
en la primera elección a la que se presentaron y conservaron esa posición en
los años siguientes. Cuando la dictadura quitó la personería jurídica al CEI,
los humanistas permanecieron en sus puestos y fueron realmente muy importantes
en las acciones de la creación del CEI “La Línea Recta ”.
Reconocían vinculación con los movimientos demócratas cristianos europeos. Su
incorporación al movimiento estudiantil fue celebrada porque incorporaba muchas
voluntades bien intencionadas, inspiradas en la lucha por los valores de la democracia.
En
1951 fui elegido nuevamente delegado del CEI a FUBA junto con Mario Pío Gómez.
En ese mismo año los recordados Jorge Roulet y Gerardo Andujar, fueron
nombrados Presidente y Secretario General de FUA. A mí me tocó desempeñarme
como Secretario General de FUBA secundando a Viñas, de Filosofía, que fue
designado presidente. El acontecimiento más importante de ese año fue lo
ocurrido con el estudiante de Química, Ernesto Mario Bravo. Éste era un
estudiante comunista pero su actuación no era muy destacada. Estaba a cargo de
Propaganda en el Movimiento por la
Paz. Fue secuestrado en su casa y bárbaramente torturado
según se supo luego por declaraciones del Dr. Alberto J. Caride que fue quien
lo atendió cuando los torturadores temían que se les muriera. El Dr. Caride
hizo declaraciones tan precisas que debió exiliarse por temor a que lo
detuvieran precisamente por ello. Al conocerse el caso de Bravo, se iniciaron
importantes movimientos en las universidades de Buenos Aires y La Plata , con huelgas y actos
en todas las facultades y el apoyo de todos los centros de estudiantes. Hubo
detenciones de dirigentes estudiantiles y vergonzosas declaraciones del rector
Arq. Otaola que atribuyó todo a presuntas “presiones políticas” que se
habrían querido ejercer sobre el gobierno peronista. Finalmente, Bravo fue
liberado y concluyó su recuperación en libertad. En su momento mandó una carta
de agradecimiento por la acción de las organizaciones estudiantiles que habían
logrado que recuperara su libertad y estuviera vivo. Viajó luego a Varsovia y
Moscú, para cumplir diversas tareas que le habían encomendado en el Partido,
pero lo que nunca podré olvidar es lo que hizo cuando los comunistas argentinos
adoptaron la línea de Juan José Real. Este dirigente consiguió que el Partido
cambiara su posición y apoyara al peronismo. Entonces los estudiantes
comunistas proclamaron su afiliación a la Confederación General
Universitaria organismo títere del peronismo gobernante con el que éste pensó
anular la acción de FUA y los centros de estudiantes, al que me referiré más
adelante. Pues bien, Ernesto Mario Bravo adhirió públicamente a la CGU y llegó a desdecirse de
las cartas de agradecimiento que había enviado al recuperar su libertad. Ni que
hablar de lo mal que recibimos esta actitud suya.
En
febrero de 1952 se desarrolló en Rio de Janeiro un Congreso Panamericano de
Estudiantes convocado por la
Unión de Estudiantes Universitarios del Brasil. FUA envió
cuatro delegados a ese Congreso: Ideler Tonelli de la FULP , Raúl Audenino de la FUC , Mariano Vicente Díaz de la FUL y yo por la FUBA. Fue auspiciado en
plena época de la guerra fría, por el COSEC (Co-Secretariat of National Union
of Students, con sede en Holanda), que se había constituido en una fuerte
organización contra la
Unión Internacional de Estudiantes (UIE), con sede en Praga y
que estaba ya dominada por los
comunistas y a la que me referiré más adelante. En ese Congreso tuve la
oportunidad de hacerme amigo muchos universitarios que entonces representaron
en Rio a sus uniones nacionales y luego tuvieron amplia actuación política en
sus países. Entre ellos Rodrigo Carazo (que unos años más tarde fue elegido
presidente de Costa Rica y me invitó especialmente a la ceremonia de asunción
del cargo) José Antonio Echeverría,
presidente de los universitarios cubanos que fue asesinado en 1957 por las
huestes de Fulgencio Batista y el delegado de la FEUU del Uruguay, Ángel Rama,
que fundó y dirigió en Montevideo, el prestigioso periódico “Marcha”. En este
congreso se adoptaron importantes resoluciones de condena a los regímenes
totalitarios de América (entre los cuales se incluyó expresamente al régimen
peronista) la denuncia la acción de los imperialismos, el reclamo de la
absolución de los luchadores independentistas de Puerto Rico y la condena a la
represión estudiantil en Venezuela que estaba haciendo en ese país, el régimen
dictatorial y corrupto de Marcos Pérez Jiménez quien, años más tarde, sería uno
de los varios dictadores y tiranuelos latinoamericanos que recibiría a Juan
Perón en las primeras etapas de su exilio.
Durante
el año 1952 fui Secretario de Relaciones Internacionales de la FUA , cuando el presidente era
Pedro Perette de la FUL. El
acontecimiento más importante en el que me tocó actuar, fue el de la
desafiliación de FUA de la Unión Internacional de Estudiantes, con sede en
Praga. Esta organización se había constituido poco después de la guerra y, en
sus primeros años, tuvo una representación genuina de estudiantes de casi todos
los países europeos y americanos. Pero en la década del 50 estaba ya dominada
por los comunistas y se había convertido en una simple repetidora de consignas
del Komintern. En 1952 los que aparecían como dirigentes de la UIE eran dos checos: uno de
ellos se llamaba José Grohman (también firmaba a veces como Grossman) y el otro
era un pariente de Rudolf Slansky, que usaba el verdadero apellido (Salzmann)
de este altísimo dirigente comunista checo. En ese año, los comunistas
checoeslovacos hicieron en su país una razzia muy parecida a los juicios de Moscú
de la década del 30 que terminaron con las confesiones y fusilamientos de
viejos y poderosos comunistas como Zinoviev, Kamenev, Bujarin y tantos otros.
En esos infames juicios, cargados de antisemitismo con claras acusaciones a
“los traidores judíos” se logró que Rudolf Slansky (que era judío) y primer
secretario del Partido Comunista “confesara” su culpabilidad y aceptara todas
las acusaciones que se le habían hecho. En consecuencia, fue condenado a muerte
y ejecutado junto con el segundo secretario, Vladimir Clementis, que era el
jefe del partido comunista de Eslovenia. Junto con ellos desaparecieron los dos
dirigentes de la UIE
con los cuales FUA había tenido relación. Eran ellos Grohman (o Grossman) y
Salzmann (ambos judíos). Por mandato de la Junta Representativa
mandé varias cartas y cables a Praga tratando de averiguar qué había sido de
ellos. Una vez hice hablar por teléfono a Praga (lo hice con alguien que estaba
en ese momento en Montevideo porque, lógicamente, era muy peligroso hacerlo
desde la Argentina ).
No tuve ninguna respuesta y nunca supimos nada sobre estos dos dirigentes
estudiantiles. Resultó evidente que habían sido purgados y suponemos que
también ejecutados como Slansky, Clementis y otros siete dirigentes. En vista
de eso, la Junta Representativa
de FUA me encomendó por unanimidad que
redactara una carta en la que informara a la UIE que FUA había resuelto romper relaciones con
ella y finalizar su afiliación. Como lógica consecuencia, hice llegar a todas
las uniones nacionales del mundo, con las que FUA tenía relaciones, una copia
de la carta en sus versiones en
castellano, inglés y francés. En esta tarea en la Secretaría de
Relaciones Internacionales colaboró mucho Mario Sekiguchi (a quien todos
llamábamos Seki) quien, en esa época era estudiante de ingeniería.
En
1952 el gobierno creó la Confederación General Universitaria. Con este
organismo pensaba destruir los centros y federaciones de estudiantes. El
intento resultó ser solitario y un completo fracaso. En Buenos Aires los
dirigentes fueron los hermanos Mitjans. Uno en Derecho y el otro en Ingeniería.
Pese a la propaganda gubernamental y la importante suma de dinero que se
invirtió, la CGU
no logró ningún apoyo importante. Pero ahí estaban los comunistas, que en esa
época debían obedecer a la línea que Juan José
Real había logrado imponer en el Comité Central. Los estudiantes
comunistas (incluyendo a Ernesto Mario Bravo y varios de ingeniería cuyos
nombres prefiero no recordar por lo que digo al comienzo de estas notas)
proclamaron su afiliación a la
CGU. Algunos renunciaron a los centros y otros fueron
expulsados. El intento terminó sin pena ni gloria. Posteriormente supe que
Fernando Mitjans se había recibido de escribano. En cambio nunca supe nada
sobre Carlos Mitjans que aparecía como estudiante de ingeniería. Puede que haya
sido realmente estudiante y hasta puede que se haya recibido alguna vez, pero lo cierto es que nunca lo vimos en la Facultad.
En
septiembre de 1952 Perón firmó un decreto por el que revocaba la personería
jurídica del CEI. En ese momento era presidente del CEI un correntino corajudo,
gran amigo y luego excelente ingeniero. Se llamaba José A. Alegre. El
Secretario General era Gullermo Edelberg. Ambos decidieron valientemente seguir
manteniendo la CD
y cubrir con arreglo a los estatutos las vacantes que habían dejado los
miembros que se atemorizaron y. en consecuencia, habían renunciado. Ingresaron
a la CD , entre
otros, Jorge Roulet como Vicepresidente
y Julio A. Canella como Tesorero. A mí me tocó ser Director de Ciencia y
Técnica porque, como estudiante regular del quinto año, cumplía con los
requisitos estatutarios. Pero, por supuesto nunca se pensó que en esas
circunstancias sacaríamos algún número de la revista. Tuve, pues, el honor de
ser el Director de Ciencia y Técnica que nunca editó un número de la revista y
tengo, como recuerdo, una linda medallita igual a la que se daba a los
directores que sí habían desempeñado esa función adecuadamente. Mi designación
y la de los nuevos miembros de la
CD , tuvo como objeto registrar las firmas en el Banco Nación
y retirar los cuantiosos fondos que había en las cuentas del CEI y las de la
revista. Fuimos todos un día al Banco, presentamos los cheque firmados por los
que debíamos hacerlo y retiramos una suma muy importante. La cosa era bastante
arriesgada pero logramos hacerla bien y sin problemas. Los fondos se usaron
para pagar las indemnizaciones a los viejos empleados del CEI y Ciencia y
Técnica (Clarissa, Lemos, Lancillota y Marcovecchio) a los que no podíamos
dejar en la calle después de tantos años de leales servicios prestados. Otra
parte importante se usó para comprar un departamento en la Diagonal Sur donde se
instaló el CEI “La Línea
Recta ” (para evitar problemas y asegurar la utilización
correcta, esta compra se hizo a nombre de dos estudiantes que corrieron el
riesgo muy voluntariamente). Lo que sobró, que no era poco, se siguió usando
para publicar apuntes y libros.
Di
mis dos últimas materias el 3 de agosto de 1954. Todavía conservo las
fotografías tomadas ese día en el patio de Perú 222 y en El Querandí en las que
se ve el tratamiento al que fui sometido (desde luego que muy contento) según
la costumbre que se seguía siempre con los que se recibían. Pero no tuve entonces
mi título. El año anterior el Rector de la universidad había decidido incluir
en el plan de estudios una nueva materia que se llamó “Formación Política”. La singularidad de esta
materia es que se aprobaba solamente asistiendo a las clases y registrando
presencia en ellas. Si no se iba a clase se debía rendir un examen. Se trataba
de un simple y detallado adoctrinamiento peronista y era obligatorio aprobar
esa materia para poder tener el título. En Ingeniería el profesor era un
abogado de apellido Tezanos Pinto y, por lo que me fui enterando, sus “clases”
consistían en recitar con abyecta obsecuencia
los discursos de Perón. Decidí que yo no concurriría a esas clases y que
tampoco rendiría el examen. O sea que estaba decidido a que no tendría mi
título de ingeniero industrial hasta que no cambiara la situación del país y la
universidad. Pero hice algo más. Recurrí al Tratado que habían suscripto en
1908 las universidades de varios países latinoamericanos. Obtuve un
“certificado de estudios incompletos” que detallaba todas las materias
aprobadas entre las que, por supuesto, no figuraba “Formación Política”. Traté
el tema con el Dr. Carlos Sánchez Viamonte con quien estaba trabajando mucho en
esa época. Este ilustre jurista redactó un memorial excelente y muy bien
fundado, que presentamos a la
Universidad del Uruguay para que se reconocieran mis materias
aprobadas según lo que disponía el Tratado y se comprobara que así tenía
cursadas y aprobadas la totalidad de las materias que se exigían para que la Universidad del
Uruguay me otorgara el título. Finalmente, el Consejo Superior aprobó lo
solicitado el día 15 de setiembre de 1955 ... En febrero de 1956 me extendieron
el diploma en Buenos Aires. En la misma época Carlos Lacerca hizo la misma
gestión, con el patrocinio de Alfredo L. Palacios. Pero luego ya no se pudo
hacerlo otra vez porque el Decano de Ingeniaría había dictado una resolución
absolutamente ilegal por la que se disponía que no se otorgaría el “certificado
de estudios incompletos” a aquellos estudiantes a los que les faltara menos de
tres materias para terminar la carrera...
En
el transcurso de esos años, mi nombre apareció en numerosos volantes y carteles
en los que se me acusaba de toda clase de cosas. Los comunistas llegaron a
distribuir públicamente un volante en el que aseguraban que yo había recibido
15.000 dólares directamente de manos del embajador de los EE.UU. para que siguiera mi acción contra los comunistas en
FUBA y FUA. El volante decía que este caballero me había entregado personalmente
ese dinero, un día a las 4 y media de la tarde en la calle, en la esquina de
Florida y Corrientes y por eso ellos habían logrado enterarse fácilmente. Es
evidente que los autores del volante se habían empecinado en hacerme parecer
muy tonto además de vendido al imperialismo yanqui. Desde luego, también el
embajador resultaba un imbécil al actuar de esa manera.
El
gobierno y sus adláteres de la policía y la CGU también me incluyeron más de una vez en
volantes y carteles. Como broche final de estas notas sobre mi actuación en el
movimiento estudiantil, incluyo como última página la foto de uno de esos volantes en la que se ataca al CEI “La Línea Recta ” y se
acusa de comunistas a muchos de sus militantes, entre los cuales estoy yo.
También los hay de otras facultades a los que se les hace la misma acusación.
Lo interesante es que una de las acusaciones es que los que allí figuramos con
nombre y apellido, éramos “estudiantes crónicos”. Por lo menos en mi caso la
acusación era ridícula. Ese cartel se pegó profusamente en las paredes próximas
a todas las facultades, en octubre de 1954, cuando yo ya había terminado mis
estudios que había cursado precisamente en los seis años establecidos por los
programas, pese a mi activa militancia reformista. Además, ya ni siquiera
estaba en el país. Este cartel puede verse también en el libro “Aquí FUBA”

[1] Hugo
Gambini – “Historia del Peronismo”
Editorial Planeta 1999, Tomo I, página 16. En el mismo libro, véase la
foto en la que aparece destacadamente el entonces Capitán Perón escoltando el
coche en el que el General Uriburu marcha con otros militares golpistas para
tomar el gobierno el 6 de setiembre de 1930.
[2] “¡Aquí FUBA!”
Roberto Almaraz – Manuel Corchón – Rómulo Zemborain Editorial Planeta 2001,
citando a Tomás Eloy Martínez, “Las memorias del General”, Planeta 1996