jueves, 27 de agosto de 2015

Mis años en el movimiento estudiantil

Este documento fue escrito por Isay Klasse, un viejo luchador de las décadas del 40 y 50. Es importante acceder al relato de un testigo como Isay. Sirve para desmitificar el Relato Peronista



Entre 1945 y 1955

            En esta conmemoración del 90º aniversario de la Reforma del 18, quiero dejar algún testimonio  directo  sobre  la acción del movimiento estudiantil, en los años en los que me tocó actuar. Como no podía ser de otra manera, en esos años luchamos decididamente por la democracia, en defensa de la Universidad y por la Reforma Universitaria.  Ante todo, desearía poder explicar claramente a quienes hoy tengan la paciencia de leer estas notas, que nuestra lucha fue porque desde el gobierno se intentó entonces premeditada y despiadadamente, destruir la universidad y la cultura, en el convencimiento de que la ignorancia y la mentira eran los mejores aliados que la dictadura de esos años podía conseguir para hacer realidad sus propósitos. Los reformistas quisimos seguir los ejemplos de la gran generación de 1918 y, a medida que los acontecimientos se fueron desarrollando, depuramos nuestro movimiento de los que adherían a la dictadura stalinista e incluimos en nuestras luchas a  muchos no reformistas, pero sinceramente democráticos, como los que integraron el movimiento humanista y a los que me referiré más adelante. Tengo el convencimiento de que la dictadura fascista que Perón ejerció desde junio de 1943 y en su primer y en su segundo gobierno hasta 1955, contenía claramente los gérmenes de los terribles años del 73 al 83. Creo que en los actuales momentos que vive el país, es necesario recordar eso y qué hicimos y por qué luchamos desde hace ya más de 60 años. Considero muy necesario retratar a los personajes de esa época. En especial a aquéllos cuya nefasta influencia desgraciadamente todavía se hace sentir hoy en día.

            Aclaro que no aparecerán en estas líneas todos los nombres de quienes actuaron. A algunos ya los he olvidado y a otros no deseo recordarlos. Quizás lo haga piadosamente, porque sé que han reflexionado y se lamentan hoy de algunas de las actitudes que, tuvieron en algún momento de esa década, desde una posición que pretendía ser de izquierda, en especial cuando adhirieron a la acción nefasta del gobierno de esos años contra la universidad, contra la cultura y contra la democracia.

            Me propongo referirme a las luchas estudiantiles entre los años 1945 y 1955. Cursé mi primer año de ingeniería en 1948, en la Universidad de Buenos Aires, en la Facultad que entonces se llamaba de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En 1954, cuando me gradué, la Facultad había sido dividida y terminé los estudios en la que entonces ya era la Facultad de Ingeniería. Desde luego que la situación política del país y el mundo en los primeros años de la década del 40, tuvieron una indudable influencia en  la acción del movimiento universitario y en las luchas de los estudiantes reformistas de aquellos años. Permítaseme pues, hacer un breve y sumarísimo introito para tratar de situarnos en esos momentos.

            Los años de la década del 30 fueron conocidos como la “década infame”. Esta infamia fue iniciada por el golpe militar del 6 de setiembre de 1930 que derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen y quebró la tradición de respeto por las instituciones democráticas que el país había iniciado trabajosamente, con la derrota del despotismo rosista en Caseros y al lograr la unión nacional en 1862, con el gobierno de Bartolomé Mitre y las gloriosas épocas de la generación del 80 que fue la que construyó y dio impulso al progreso del país. Durante los años 30 las fuerzas armadas toleraron y apañaron el fraude electoral y alentaron la llegada a posiciones importantes en el gobierno de personalidades confesadamente antidemocráticas y pro-fascistas como Manuel Antonio Fresco y muchos otros. Fue evidente durante esos años que la cúpula militar tenía fuertes simpatías por el movimiento fascista que Mussolini había instaurado en 1922 y por el nazismo criminal al que Hitler había llevado al poder en 1933. Al estallar la guerra en Europa, en 1939, los primeros éxitos alcanzados por las fuerzas totalitarias robustecieron esas simpatías. El presidente Ortiz, pese a que también había sido elegido fraudulentamente en 1937, intentó –  pero lamentablemente sin éxito – terminar con el fraude y modificar estas ideas de la dirigencia militar. En 1942 Ortiz  enfermó gravemente y debió renunciar a la presidencia que asumió entonces su vicepresidente Ramón S. Castillo. Éste era un viejo caudillo conservador catamarqueño, un hombre débil, sin posiciones firmes, que adhería a los dictados de las fuerzas armadas con relación al conflicto bélico que ya entonces había pasado a ser la Segunda Guerra Mundial. Al repasar los diarios de aquella época, se puede ver claramente cuan aislada estaba la Argentina en el continente. Hasta algunos países gobernados por personajes claramente dictatoriales (como el Brasil de Getulio Vargas y la Cuba de Fulgencio Batista) ya habían tomado una posición contraria al Eje conformado por Roma, Berlín y Tokio.  En esos momentos se produjeron las derrotas de Alemania e Italia en Stalingrado y el Norte de África. Era evidente que el curso de la guerra estaba cambiando decisivamente. Castillo intentó lentamente modificar entonces su posición y se dispuso a imponer como sus sucesores (desde luego fraudulentamente como en las anteriores elecciones de los años 30) a Robustiano Patrón Costas y Manuel María de Iriondo. Éstos eran dos políticos derechistas, que habían gobernado directa o indirectamente sus provincias (Salta y Santa Fe) por medio de los fraudes más escandalosos comprobados y denunciados. Esta decisión de Castillo fue acelerada por la muerte de los ex presidentes Justo y Alvear quienes eran los candidatos naturales para las elecciones que debían celebrarse a fines de 1943. Pero ambos desaparecieron casi simultáneamente en 1942 y 1943. Quedó entonces firme la fórmula Patrón Costas – Iriondo. Ambos eran personajes realistas y se manifestaban claramente a favor de los Aliados.  Las fuerzas armadas, en cambio, seguían siendo partidarias de Alemania, Italia y Japón. Sus simpatías eran fuertemente favorables a las dictaduras nazi-fascistas. Los militares que, encabezados y dirigidos por Perón actuaban en 1943, justificaban sus simpatías pro-nazis en promesas de Hitler, que les había transmitido el embajador nazi von Thermann. Este diplomático les había asegurado que Hitler tenía reservado para la Argentina el lugar de potencia dominante en América Latina y que efectivizaría esa posición tan pronto como terminara la guerra. Por ese motivo y para evitar que subieran al poder políticos que, aunque derechistas, conservadores y fraudulentos, eran partidarios de los aliados, el 4 de junio de 1943 las fuerzas armadas derrocaron al presidente Castillo y su gobierno.

            Pese a que en 1943 sólo era coronel y teóricamente debía obediencia a sus superiores jerárquicos, está completamente comprobado que Juan Domingo Perón dirigió esa asonada y, a partir de ese momento y hasta setiembre de 1955, gobernó el país directamente o usando a algunos simples testaferros suyos. El golpe del 4 de junio lo organizó y comandó el GOU (Grupo Obra de Unificación o Grupo de Oficiales Unidos) cuyo jefe era Perón. En los primeros años Perón gobernó a través de algunos generales a los que manejó a su arbitrio. Al primero de ellos (Pedro Pablo Ramírez) lo hizo renunciar a los pocos meses para poner en su lugar a  Edelmiro J. Farrell que siempre fue un simple instrumento suyo. Luego, se hizo elegir presidente y gobernó directamente. Pero conviene analizar, aunque sea muy brevemente, a qué ideología adhería el  jefe del GOU, y qué hizo el gobierno militar que él dirigió y que tuvo el mando desde junio de 1943.

            Si no se considera el hecho comprobado de que, en 1919, como simple teniente, comandó las tropas que reprimieron a los huelguistas de la fábrica Vasena, la primer incursión pública de Perón que aparece registrada, es en setiembre de 1930, “como miembro del comando de operaciones del golpe militar que derrocara al presidente Hipólito Yrigoyen” [1]

            Luego aparece como agregado militar de la embajada argentina en Italia y su deslumbramiento por los logros del fascismo son evidentes y claramente confesados. Para decirlo con sus propias palabras: “Elegí cumplir mi misión desde Italia, porque allí se estaba produciendo un ensayo de un nuevo socialismo de carácter nacional. Hasta entonces, el socialismo había sido marxista: internacional, dogmático. En Italia, en cambio, el socialismo era sui generis, italiano: el fascismo. El mismo fenómeno se producía también en Alemania y se estaba extendiendo por toda Europa, donde había ya hasta monarquías con gobiernos socialistas” [2]

            Para ilustrar  el carácter fascista del golpe de junio de 1943, basta sólo citar, como lo ha hecho Hugo Gambini en alguna de sus disertaciones públicas, la orden de la oficina de prensa de la presidencia fechada en julio de 1943 cuando notificó que “no se pueden publicar noticias que afecten la dignidad de Benito Mussolini” quien ese mismo mes había sido destituido por el rey de Italia, Víctor Manuel III,  a quien, hasta entonces había manejado a su antojo.

¿Qué hicieron estos golpistas del 43, con la cultura, la democracia y la universidad? Todavía están con nosotros algunos que entonces eran militantes universitarios reformistas y ellos pueden tratar este punto mucho mejor y más documentadamente que yo. En 1943 yo estaba cursando el último grado de la escuela primaria pero lo que recuerdo nítidamente es la presencia de nazi-fascistas declarados como  Gustavo Martínez Zuviría  (Hugo Wast) en altos puestos como Ministro de Justicia e Instrucción Pública y Director de la Biblioteca Nacional. Además, a un chico que entonces sólo tenía 13 años impresionaban vivamente las marchas totalitarias y ridículas que nos obligaban a aprender y cantar, sin entender demasiado su significado: la Marcha del Reservista, la Marcha del 4 de junio, la Marcha de la Fiesta del Trabajo. Como autor de alguna de ellas ya se destacaba Oscar Ivanissevich que luego llegó a ser un personaje tan peculiar y tan nefasto.

Perón y el GOU vieron en 1944 que el Eje estaba perdiendo la guerra y entonces hicieron que la Argentina rompiera relaciones con Alemania y Japón (Italia ya se había rendido)  Para ello tuvieron que hacer renunciar al General Ramírez que todavía se negaba a tomar esa medida. Por fin, en marzo de 1945, Argentina declaró la guerra a lo que quedaba del Eje. Fue el último país en tomar tan “valiente” decisión, precisamente un mes antes de que murieran tanto Hitler como Mussolini y apenas unos 40 días antes de que Alemania se rindiera incondicionalmente. Alguien puede pensar que no es posible encontrar más claras evidencias del carácter nazi-fascista de las decisiones del GOU. Sin embargo, todavía bastante después del fin de la guerra, Perón siguió fiel a estas prístinas posiciones suyas, al recibir y dar refugio en la Argentina a personajes siniestros como Adolf Eichmann, Ante Pavelic (el “Quisling” de Croacia), el seudo científico Ronald Richter (que logró embaucar a Perón hasta el punto de hacerle decir públicamente que pronto la Argentina tendría la energía atómica en “una botellita de Coca Cola”), Ludwig Freude  y tantos otros que ya no vale la pena recordar..

Es evidente que una universidad que siguiera los ideales democráticos de la Reforma era absolutamente inconciliable con las doctrinas nazi-fascistas que impuso el movimiento militar que depuso a Castillo y que continuó el peronismo – tal vez perfeccionándolas – cuando Perón asumió ya directamente el poder que, hasta entonces, habían desempeñado nominalmente sus testaferros. Un detalle circunstancial nos da una muestra más de la identificación de Perón con los ideales del golpe militar de 1943. Cuando en 1946 tuvo que fijar la fecha de iniciación de su período de gobierno, eligió el 4 de junio y en la norma que así lo establecía, se dejó constancia del homenaje que con ello se rendía a ese movimiento al elegir precisamente ese día para un acontecimiento tan importante como el del comienzo de un período de normalización constitucional.

El Tercer Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios, reunido en Córdoba en 1942, había aprobado claras declaraciones contra el nazi-fascismo. En ellas se reclamaba que la Argentina apoyara decididamente a los países que luchaban contra Alemania, Italia y Japón. Esta posición era evidentemente muy mayoritaria entre los profesores de las altas casas de estudio. Los nombres de Alfredo L. Palacios, Carlos Saavedra Lamas, Bernardo Houssay y Carlos Sánchez Viamonte son realmente símbolos de ese período. Pero no fueron los únicos aunque sí figuran entre los más destacados. Llegó luego el golpe de estado del 4 de junio y las autoridades “de facto” trataron de quebrar esta posición. Las luchas, idas y venidas del período están muy bien relatadas en el libro ¡Aquí FUBA! que ya he mencionado antes y nada puedo agregar a lo que allí se dice. Por mi parte, la primera vez que entré al viejo edificio de la “manzana de las luces” en la calle Perú 222, fue en octubre de 1945, cuando lo ocupaban los estudiantes que reclamaban la vigencia de la democracia y la autonomía universitaria. Entré casi clandestinamente llevando comida para los que allí estaban. Todavía recuerdo con emoción algo del camino sinuoso que me hicieron seguir para entrar al edificio tomado por los estudiantes. Como yo era “un mocoso” de apenas quince años, que cursaba entonces el segundo año del secundario y que no tenía nada que hacer allí, inmediatamente me echaron y me obligaron a salir del edificio de la Facultad. Con ello me hicieron un gran favor porque ésos fueron justamente los días del asesinato de Aarón Salmún Feijóo.

No volví a entrar al viejo y querido edificio de Perú 222 hasta los primeros días de 1947. En esa época ya cursaba el quinto año del bachillerato porque había aprobado el tercer año en exámenes libres, a fines de 1945. Simultáneamente con el último año de la secundaria, hice el Curso de Ingreso a la Facultad y empecé entonces a interiorizarme sobre la acción del viejo Centro “Estudiantes de Ingeniería”.

El ambiente de la Facultad y la Universidad de Buenos Aires era desolador en esa época. Solo quedaba ya el recuerdo nostálgico de las dignas autoridades que, como el Ing. Mendiondo, la habían defendido. tanto. Después de las luchas encarnizadas del 45 y las huelgas del 46 el peronismo, con sus doctrinas totalitarias, se había hecho dueño del país y se había empeñado en doblegar a quienes Perón motejaba de “jovencitos engominados” De alguna manera el CEI era un refugio increíble en aquellos años. Fundado en 1904, por la unión de la Asociación Atlética de Ingeniería y la AsociaciónLa Línea Recta” ax+by+c=0 (así figura en las actas originales que pude ver muchos años después) en 1947 tenía como socios activos a más del 90 % de los estudiantes de ingeniería. En el acta de la unión de ambas entidades figura la firma del estudiante Agustín P. Justo quien, luego de obtener una medalla de oro al graduarse como ingeniero civil, siguió la “provechosa” carrera que lo llevó a ser general y Presidente de la República en 1932. Otro nombre importante en esta historia es el de Gabriel del Mazo líder de la Reforma en 1918 que fue presidente del CEI y luego autor de una destacada historia del movimiento reformista que se publicó en tres tomos extensos y muy bien documentados.

Hasta 1946, con algunos intervalos, había sido muy importante en Ingeniería, la acción de la Lista Blanca que fundara y dirigiera en 1932 Augusto J. Durelli. Hoy todavía conservan actualidad sus artículos y ensayos, en pro de la Reforma, la autonomía universitaria y la democracia, Siempre agradeceré al querido “gallego” Dimas Hualde García  que fue el primero que me mencionó a Durelli y logró que leyera ávidamente todo lo escrito por él, que caía en mis manos.

En 1946 era presidente del CEI el siempre recordado Alberto Pochat a quien alcancé a conocer y apreciar. Sus consejos eran siempre atinados y admirables. Pochat fue uno de los que más contribuyó a afianzar el gran papel del CEI como entidad gremial de compleja y eficaz acción cooperativa. El CEI alcanzó así una posición económica de gran solvencia. Tenía una impresionante biblioteca técnica, publicó numerosos libros y apuntes y editaba la revista “Ciencia y Técnica” que logró un gran prestigio internacional. Desde luego que también tenía una impresionante y muy cuidada actividad de difusión cultural y su “Boletín” (que en 1949, por un breve período, tuve el gusto de dirigir)  que reflejaba las discusiones y diferentes puntos de vista de los estudiantes.

En cierto momento era mayoría en  el CEI la que se denominó “Lista Azul”, no reformista y ciertamente inclinada a una posición apolítica y neutralista ante la contienda bélica. Frente a ella estaba “Lista Blanca” a la que ya he descripto como la obra de Augusto Durelli y sus seguidores. Los estudiantes comunistas se agrupaban en la “Lista Verde” que seguía fielmente los dictados del Komintern, órgano directivo de la Internacional Comunista que funcionaba en Moscú y obedecía las órdenes de Stalin. Así, hasta 1935/36, fueron seguidores de las doctrinas del grupo Insurrexit que en sus manifiestos decía que “la traición estaba en la esencia misma del movimiento universitario reformista” y reprobaba la acción común con los socialistas a los que despectiva e injustamente llamaba “social-fascistas”. Muchos años después de editado, en plena lucha por reconquistar  FUBA, tuve la fortuna de conseguir un volante de Insurrexit y de su lista en el CEI,  firmado, entre otros, por algún viejo estudiante crónico (cuyo nombre, como dije al principio, prefiero ahora no recordar) que había iniciado su carrera de ingeniería en los años de la década del 30 y todavía era dirigente estudiantil comunista en 1948. Cuando las leí en una sesión de la Junta Representativa de FUBA, estas afirmaciones causaron sensación y demostraron que, antes que los intereses auténticos de los estudiantes, los comunistas que actuaban en el movimiento seguían ciegamente los dictados de su partido. En ese momento estaba lejos de suponer que, antes de terminar mis estudios y mi militancia estudiantil, los comunistas, seguidores de Stalin, volverían a darnos otro ejemplo de ésta, su actitud tan reprobable.

En 1947 había ganado las elecciones del CEI una nueva lista que se propuso ser independiente de Lista Azul y de Lista Blanca. Se llamó, precisamente, “Lista Independiente” y gobernó muy eficazmente el CEI por tres períodos. Los presidentes de esos años fueron Bernardo J. Loitegui, Lucio R. Ballester y Alberto J. Oteiza Quirno. Recuerdo que en esa época yo tenía tantos deseos de participar en el movimiento que pretendí ser aceptado como socio activo del CEI en 1947, es decir antes de haber aprobado el ingreso y cumplir con la exigencia estatutaria de ser alumno regular. Argumenté fogosamente en una reunión que conseguí con el presidente del CEI (que era en ese momento Loitegui) que quienes hacíamos el curso de ingreso merecíamos ser socios del CEI en una categoría especial. Loitegui escuchó pacientemente el discurso que le endilgué con mi apasionamiento de los 17 años recién cumplidos. Pienso que una propuesta tan entusiasta como absurda debe haberle divertido  pero también aburrido mucho.

En esos años, el CEI no estaba afiliado a FUBA. El estatuto preveía que, para afiliarse a una Federación de centros de estudiantes, la decisión debía ser tomada por los socios en un plebiscito general, precedido por una o más asambleas informativas. Finalmente entre 1948 y 1949 se desarrollaron tres asambleas y en ellas tuvo gran actuación Dimas Hualde que, entonces era ya el líder de la Lista Blanca. Sus discursos fueron muy convincentes y demostraron la necesidad de que el CEI volviera a FUBA para colaborar en la tarea de liberarla del dominio de los comunistas y sus camaradas de ruta y lograr que volviera a ser una eficaz institución contraria a la dictadura y luchadora por la democracia, la libertad y la reforma universitaria. Es notable como, en pleno gobierno peronista, decidido adversario de la libertad de expresión, los jóvenes estudiantes cultivaban esas costumbres de debatir a fondo y con argumentos claros, todas las posiciones que pudieran influenciar su futuro. El plebiscito dio una amplia mayoría por la afiliación y en 1949 se incorporaron a la Junta Representativa de FUBA los delegados del CEI que fueron Ernesto A. Trigo y Ángel J. Álvarez Manteola, de la Lista Independiente.

En esa época existían tres listas en el CEI. Una era la Lista Independiente que había ganado la mayoría de la C..D. Los reformistas tradicionales estaban en la vieja Lista Blanca y los comunistas y sus aliados (incluyendo a algunos estudiantes de simpatías socialistas) constituían la Agrupación Reformista de Ingeniería (ARDI) porque los comunistas, obedeciendo a instrucciones del Komintern y la Tercera Internacional, estaban ya de vuelta de las posiciones de Insurrexit y fomentaban los “frentes populares”... Pero en 1949 se hizo imposible que continuaran en ARDI los que no simpatizaban plenamente con los comunistas que seguían fielmente y sin discusión las instrucciones del Comité Central de su partido. En ese momento el Secretario General de ARDI era Livio Guillermo Kühl, un aventajado estudiante que, pese a su muy activa militancia, logró terminar en poco más de cuatro años la carrera de Ingeniero Industrial con calificaciones sobresalientes y que en ese momento tenía ideas socialistas. En una ruidosa Asamblea de ARDI se lo destituyó del cargo y se lo expulsó como miembro de la agrupación. Esta medida se adoptó con sólo dos votos en contra: el de Julio A. Canella y el mío. Por supuesto, inmediatamente nosotros dos fuimos expulsados pero esta vez por unanimidad de la Asamblea.

Encabezados por Guillermo Kühl formamos entonces el MUR, Movimiento Universitario Reformista. Tuvimos la adhesión inmediata de Lista Blanca con sus principales integrantes entre los que recuerdo ahora a Dimas Hualde, León Patlis, Jorge Roulet y José A. Alegre. También se unió a nosotros Alberto J. Oteiza Quirno con un importante grupo de adherentes de la Lista Independiente. Adoptamos una posición netamente reformista, derivada de los principios de la Reforma del 18 en Córdoba, por la autonomía de una universidad libre y gratuita, abierta al pueblo, con un gobierno tripartito integrado por representantes de los docentes, los egresados y los alumnos. Por supuesto, esta posición tan  definida y democrática nos colocaba en abierta oposición al régimen dictatorial imperante en el país que había demostrado sus intenciones para con la Universidad al sancionar la ley 13031 en octubre de 1947 que no hacía más que consolidar el imperio del slogan “Alpargatas sí, libros no”.

Para preparar estas notas he vuelto a leer la Ley Universitaria que sancionó el congreso con mayoría peronista en 1947 con la abierta oposición del “Bloque de los 44” que formaba la minoría en la Cámara de Diputados. En la década del 30 las universidades se regían por el Estatuto Nazar Anchorena que negaba los principios de la Reforma. Pero esta ley universitaria peronista fue especialmente redactada para someter la vida universitaria a los dictados antidemocráticos de la dictadura peronista. Creo que sería útil divulgar hoy muchas de sus disposiciones,  particularmente entre los jóvenes estudiantes que se dicen continuadores del peronismo, probablemente sin conocer demasiado la doctrina que Perón difundió y puso entonces en práctica contra la universidad. . Sin ánimo de agotar el tema mencionaré sólo algunas. Para comenzar, el rector de la universidad debía ser directamente designado por el Poder Ejecutivo (Art.10). Los decanos, que integraban el Consejo Superior, eran nombrados por el Consejo Directivo de cada Facultad pero este cuerpo debía votar por uno de los integrantes de la terna que el Rector había confeccionado (Art.27). Los profesores debían ser designados por el Poder Ejecutivo entre los integrantes de una terna que preparaban quienes, como  ya se ha visto, dependían precisamente del PEN (Art.46). Pero hay aún más. Los egresados no tenían representación ni en los Consejos Directivos de las Facultades ni en el Consejo Superior de la Universidad. Los estudiantes no tenían representación en el Consejo Superior de la universidad. En los Consejos Directivos de las facultades estaban representados por un estudiante elegido por sorteo entre los diez mejores alumnos del último año de la carrera y tenían voz limitada a “expresar el anhelo de sus representados” (Arts. 85 y 86) pero no tenían voto Evidentemente, en esta forma las universidades no tenían ninguna autonomía y se constituían en meras dependencias de quien desempeñara la presidencia de la Nación. Todo hecho a la medida de Perón que tenía la última palabra hasta en temas como la creación de nuevas facultades (Art.17 Inc. 2). Tanto FUA como las federaciones locales y todos los centros de estudiantes rechazaron inmediatamente este engendro. Pero quiero relatar dos acontecimientos que se produjeron en la Facultad de Ingeniería con motivo de esta ley. El primero de ellos es que una sola vez se hizo el sorteo para “elegir” al representante de los estudiantes en el Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Exactas. Resultó elegido en esta forma un alumno muy brillante del 6º año de Ingeniería Industrial que, luego de obtener varios otros títulos en el extranjero, tuvo después mucha actuación pública en el país. En la primera reunión del Consejo Directivo de la Facultad a la que fue citado, este estudiante pidió la palabra y pronunció un vibrante discurso contra la ley 13031 y a favor de la democracia y la autonomía universitaria. Nunca más fue invitado  a una reunión. Y tampoco nunca más se volvió a efectuar el sorteo para el cargo de representante estudiantil.

El segundo episodio se refiere a lo que con la C.D. del CEI hacíamos siempre que aparecía en la Facultad un nuevo Decano, nombrado según las normas de esta ley que rechazábamos. En una oportunidad fue nombrado Decano un ingeniero llamado Julio Manerti Rioja y los que integrábamos la CD del CEI lo visitamos para decirle, como ya lo habíamos hecho con otros decanos, que el CEI lo aceptaba como autoridad “de facto” pero que rechazábamos su nombramiento porque provenía de una ley contraria al espíritu de lo que debía ser una verdadera universidad. Este decano (que era cuñado del Ministro de Instrucción Pública  Méndez de San Martín) nos escuchó muy pacientemente. Luego nos dijo que tenía instrucciones de proponernos que cambiáramos de actitud y apoyáramos “la revolución nacional” que lideraba el General Perón. Y que - si como él lo esperaba – nosotros accedíamos, estaba dispuesto a darnos puestos bien remunerados como ayudantes o cualquier otra categoría en el plantel de empleados de la universidad, sin necesidad de que cumpliéramos ninguna tarea sino simplemente cobrar el sueldo, Como es dable imaginar, nuestra respuesta fueron gruesos epítetos y nos retiramos inmediatamente. Parece mentira pero estos personajes pensaban que todos éramos como ellos, amorales y dispuestos a vendernos sin ninguna clase de escrúpulos. 

El MUR ganó las elecciones del CEI en mayo de 1950. Todavía recuerdo los guarismos, que eran muy contundentes para la época: MUR 725 votos, ARDI 197. Guillermo Kühl fue elegido presidente y Jorge Roulet y yo fuimos delegados a la Junta Representativa de FUBA. Inmediatamente comenzamos a coordinar acciones con los reformistas de las otras facultades. Formamos la Liga Reformista, empeñada en la lucha por la Reforma Universitaria  y la vigencia de las instituciones democráticas en abierto enfrentamiento con el dictatorial gobierno peronista de esos momentos y con las posiciones del grupo pro-comunista que había quedado ya en franca minoría en casi todas las facultades. En la primera sesión de la JR, fue elegido Presidente de FUBA Roulet, el querido “Fgancés” (así lo llamábamos muy cariñosamente). Con su designación se reconocía claramente la importancia del CEI cuya incorporación había fortalecido notablemente a la Federación. En ese mismo año era presidente del Centro de Estudiantes del Doctorado en Química (CEDQ) un joven estudiante, activísimo en tareas cooperativas y que proclamaba entonces “urbi et orbi” sus posiciones anarquistas Se llamaba César Milstein. Siempre supimos que estábamos unidos por un parentesco más o menos lejano  (su madre, Doña Máxima y mi abuela materna Doña Rebeca, ambas de apellido Wapñarsky, eran primas hermanas). Pero, por supuesto, no pude dejar de exteriorizar mi orgullo cuando años después César ganó el Premio Nobel. Pero antes de llegar a este premio, César se ocupó mucho del CEDQ, de los campamentos en Bariloche, en la acción cooperativa de su centro y tuvo que trabajar por años en un Laboratorio de Análisis Clínicos, para poder pagar sus estudios. César organizó el CEDQ siguiendo las líneas del CEI e hizo de su centro una entidad fuerte y muy activa en pro de los intereses de los estudiantes y ambas instituciones, que compartían el mismo edificio de Perú 222, actuaron firmemente siempre en defensa de la democracia universitaria, enfrentándose a los “delegados” impuestos por el gobierno nacional.

Ese año 1950 fue de grandes luchas y enfrentamientos. En diciembre la Policía irrumpió una noche en una reunión de la Junta Representativa que se desarrollaba en la sede del Centro de Farmacia y Bioquímica. Detuvo ese día a todos los integrantes de la Junta (unos18 delegados de los centros  entre las cuales estábamos Jorge Roulet y yo) y a todos los que formaban la numerosa barra que siempre asistía a estas sesiones públicas y – (¡Oh viejos procedimientos democráticos!) – tenía y usaba en ellas, su derecho a voz. Desde luego no recuerdo todos los nombres. Entre los que sí puedo mencionar, estaban Isay Klasse, Gregorio Selser, Héctor J. Barcia, Mario Trumper y J. Felipe Lunardello.  Éramos en total unos 50 estudiantes. Nos llevaron primero a la Comisaría 17 en la Avda. Las Heras y luego a la octava, en la calle General Urquiza donde funcionaba la Sección Especial de Represión del comunismo que dirigían los tristemente célebres torturadores Cipriano Lombilla y José Amoresano. Nos tuvieron allí varios días y – para amedrentarnos – nos mostraron gozosamente los instrumentos de tortura que, por fortuna, no usaron en esa oportunidad. Tuvimos más suerte que algunos de nuestros compañeros de esos años, como Félix Luna y Emilio A. Gibaja que sí fueron torturados. Ya que recuerdo a estos “torturadores” creo que es necesario mencionar que en septiembre de 1955 se exilaron en el Paraguay dictatorial de Strossner, junto con Perón que siempre fue su jefe y numen inspirador. Y que en 1973, tanto Lombilla como Amoresano volvieron al país protegidos y amnistiados por Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel y López Rega.  Mientras estuvimos en la Sección Especial, en la calle Gral. Urquiza, frente al Hospital Ramos Mejía, estos personajes también nos hicieron ver cómo quemaban libros que decían haber secuestrado en casas de “comunistas como Uds.” De alguna manera logró llegar hasta allí uno de nuestros defensores, el Dr. Alfredo Palacios, que los increpó duramente pero no consiguió que nos dejaran en libertad. Una novedad desconcertó a estos “fieles luchadores anticomunistas”. Uno de los asistentes a la barra y detenidos en esa oportunidad, era Ludovico Ivanissevich Machado, que empezaba entonces a organizar el humanismo en las facultades. Lo primero que los torturadores no podían entender es qué hacía entre nosotros una persona que resultaba ser sobrino del Ministro de Instrucción Pública. Por fin el desconcierto fue aun mayor, cuando encontraron que, entre sus ropas, Ludovico tenía un rosario y ¡lo usaba para rezar! Evidentemente, éste era un tipo de “comunista” bastante raro. Más adelante me referiré a los humanistas, a su valiente adhesión al movimiento estudiantil y a su valioso aporte en esos años a la causa de la democracia y la libertad.

Por fin, después de la Sección Especial, nos llevaron a la cárcel de Villa Devoto pero en ningún momento se nos informó de qué nos acusaban. Los centros de estudiantes declararon entonces una huelga general reclamando nuestra libertad y lograron un alto apoyo. Mientras tanto los defensores, Alfredo L. Palacios y Arturo Frondizi, presentaron activamente sus recursos legales. De alguna manera, el gobierno comprendió entonces que nada ganaba reteniéndonos y fuimos puestos en libertad. Pero hay un episodio que debo relatar. Jorge Roulet era un asmático para quien el Asmopul era un remedio indispensable. En la primera noche en Devoto, uno de los carceleros le quitó el frasco y lo rompió gozosamente  a la vista de todos nosotros, jactándose y deleitándose con ello. Para Jorge Roulet esto era muy grave porque debía aspirar el remedio constantemente, dado el estado ya muy avanzado de su enfermedad. Todavía no sé cómo logré que me dejaran hablar por teléfono y a las pocas horas se aparecieron en la cárcel mi novia y mi madre que en esa época tenía una farmacia. Traían con ellas un frasco de Asmopul. Tampoco sé cómo lograron sobornar a diestra y siniestra pero lo que sí sé es que consiguieron que nos entregaran esa misma noche la medicina que ellas habían traído y así “el Fgancés” pudo subsistir más tranquilamente el tiempo que nos tocó estar presos.

Algo que también fue interesante en esos días de cárcel es lo que me ocurrió a los pocos días de salir. Por una de esas cosas que no me logro explicar demasiado claramente, yo había llevado a la reunión de la JR los apuntes de una materia que pensaba rendir en ese turno de examen, en diciembre. En consecuencia, esos textos me acompañaron a la Sección Especial en la que, por suerte, pude demostrar que esa materia sumamente técnica del tercer año de la Facultad, no tenía nada que ver con las “subversivas doctrinas comunistas” que ellos debían combatir. Por esa razón me los dejaron y pude seguir preparando la materia en la cárcel de Villa Devoto. Unos días después de salir, me presenté a rendir el examen. El viejo profesor titular de la materia era el Ing. Manzanares (que muy poco tiempo después se jubilaría). Él vio mi nombre y me preguntó si yo era el que figuraba en los volantes y carteles que FUBA y el CEI habían preparado pidiendo nuestra libertad y declarando la huelga. Por supuesto, le contesté que sí y me dispuse a  enfrentar lo que viniera. Pero lo que pasó es que el Ing. Manzanares me dijo entonces que no sacara bolilla ni le mostrara las prácticas como era normal al dar examen de esa asignatura. El cortísimo examen consistió únicamente en una sola pregunta absolutamente simple, relacionada con un procedimiento geométrico muy sencillo y elemental. Como - por supuesto - le contesté rápidamente y sin equivocarme, él dio por terminado el examen, me dijo que me ponía la máxima calificación (sobresaliente) y me despidió con un cordial y cálido abrazo. Fue su elocuente manera de demostrar qué es lo que pensaba sobre la acción de FUBA y el CEI y los estudiantes que luchábamos por la democracia y la vigencia de la Reforma Universitaria.

En esos días las autoridades impuestas en la Universidad, por el fascismo peronista que gobernaba en el país, se aparecieron con una nueva exigencia tendiente, como casi toda su acción, a uniformar la vida universitaria en la bajeza intelectual que ya habían logrado implantar en el resto de la educación pública. Sorpresivamente, la Facultad de Derecho empezó a exigir a algunos estudiantes un Certificado de Buena Conducta emitido por la Policía Federal para admitir su inscripción o re-inscripción como alumnos regulares. El solo hecho de que esta exigencia se aplicara a algunos y no a todos demuestra su arbitrariedad y el propósito avieso que la había inspirado. Por supuesto, resulta absolutamente inadmisible e inconciliable con cualquier principio democrático, dejar en manos de la Policía (¡con “jefes” como eran los Lombillas y los Amoresanos!) la posibilidad de que un estudiante pudiera seguir su carrera. Desde luego que el criterio con los que se emitirían esos certificados de buena conducta, haría que los estudiantes más conocidos por su militancia democrática y reformista no pudieran seguir cursando sus estudios universitarios. Los casos que recuerdo patentemente son los de Gregorio Selser, Emilio A. Gibaja y Enrique Kozicki además del de Cecilia Grossman cuya familia – propietaria de la firma Mu Mu -  había cometido el “pecado” imperdonable de negarse a hacer ciertas “donaciones” a la Fundación que encabezaba la segunda mujer de Perón. Creo que estos casos fueron usados como ensayos para ver qué reacción se producía. Tratamos el tema con toda dedicación en la Junta Representativa de la FUBA y decidimos la iniciación de un plan de lucha muy activo, con actos, volanteadas y hasta paros en todas las facultades de la UBA. El tema llegó también al Congreso y, fue vigorosamente tratado en la Cámara de Diputados a instancias del bloque minoritario, desde luego que sólo en la medida en que lo permitió el famoso diputado peronista José Astorgano (cuya única actuación legislativa que se registra en los Diarios de Sesiones de la Cámara, consistió siempre en formular e insistir en la aprobación de mociones de cierre de debate). Con el tiempo esta exigencia dejó de aplicarse pero los que sufrieron sus efectos sólo pudieron seguir su carrera después de septiembre de 1955.

Uno de los problemas más serios que tuvimos que enfrentar en esa época fue el de la representación de los estudiantes de medicina en FUBA. Una pandilla declaradamente fascista se había apoderado del viejo Centro de Estudiantes de Medicina, que había tenido una gloriosa trayectoria desde 1918. Todavía existe el edificio que el CEM construyó en la calle Corrientes 2038. Por años fue su sede y ahora pertenece a la universidad que lo ha utilizado para albergar distintos organismos. El jefe del grupo faccioso que había perpetró la maniobra, apoyado por las autoridades de la Facultad de los primeros años de la década del 40, era José Arce. Éste era un conocido militante nazi-fascista, que comandaba en Buenos Aires un grupo de fieles partidarios del franquismo durante la guerra civil española y que colaboraba asiduamente en todas las publicaciones de esa tendencia como “El Pampero” y tantas otras. Arce logró que el CEM fuera intervenido y luego, mediante un escandaloso fraude, logró que sus secuaces se quedaran con él. FUBA perdió ese importante centro y los estudiantes de medicina todavía no tenían su centro y su representación en FUBA cuando yo me gradué en 1954. Pero Arce consiguió un premio importante por su actuación, según paso a relatar. El gobierno peronista que había declarado la guerra a Alemania apenas unos 40 días antes de la rendición incondicional del régimen nazi, había conseguido ser admitido en las Naciones Unidas, a duras penas y con muchos votos en contra y abstenciones en la Asamblea General del organismo, (¡qué vergüenza para nuestro país!). Pero José Arce tuvo su premio. Fue designado como el primer representante argentino en las Naciones Unidas y desempeñó ese cargo varios años. Otra vergüenza más para la Argentina.

Como el viejo CEM ya no formaba parte de FUBA, la única representación de los estudiantes de medicina (con voz pero sin voto) fue ejercida por la denominada Agrupación Reformista de Medicina (ARM) que muy pronto fue dominada por los comunistas, dirigidos por un viejo estudiante crónico que se llamaba Alfredo Galetti. Éste “joven” Galetti había sido uno de los dirigentes de Insurrexit que, como ya lo he informado antes en estas líneas, era el grupo formado por los universitarios comunistas locales, en los primeros años de la década del 30 y que sostenía que “la traición estaba en la esencia misma del movimiento reformista”. Este hombre siguió siendo comunista y cambió su posición obedeciendo a las órdenes del Komintern cuando este organismo resolvió apoyar los “frentes populares” en 1936, con aquéllos a quienes hasta entonces había repudiado y llamaba “social fascistas”. Pues bien, Galetti seguía siendo estudiante en 1949, que fue cuando yo lo conocí. Todo un récord de permanencia. Pero su nombre me viene a la memoria porque su última actuación fue sumamente recordada. En 1949 se había iniciado el proceso de recuperación de FUBA para los sectores democráticos y auténticamente reformistas. Al tratar de nombrar al nuevo presidente de la Junta Representativa, se había producido un empate entre Héctor J. Mase, el viejo, querido y muy recordado presidente del Centro Estudiantes de Ciencias Económicas (CECE) y otro candidato apoyado por los comunistas y cuyo nombre no quiero recordar porque me consta que luego se arrepintió sinceramente de haber sido un “camarada de ruta”. En esas circunstancias, el otro representante del CECE, a quien ninguno de los asistentes conocía entonces  (ya se verá quien era) desapareció por una media hora de la reunión y luego supimos que se había ido a conversar con Galetti. Cuando regresó, pidió la palabra y comenzó a hablar muy suavemente, diciendo que él era nuevo en esas reuniones, que era la primera vez que participaba y que el compañero Galetti le había propuesto votarse a sí mismo como presidente de FUBA y entonces, con el apoyo de los delegados pro-comunistas, se rompería la impasse y él resultaría electo. Volvió a decir que, como él era nuevo y no tenía experiencia, no sabía si las cosas se hacían siempre así en FUBA. Pero inmediatamente elevó su voz y dijo que él no era un tonto, ni un imbécil (y agregó otra serie de calificativos e improperios como los que pronto descubrí que usaba muy a menudo y siempre adecuadamente). Que él tenía mandato de su centro para votar por Héctor Mase como presidente de FUBA y que cumpliría con su mandato pese la deleznable (él usó otra palabra mucho más gráfica) proposición del “experimentado compañero Galetti”. En ese momento me dijeron que este delegado del CECE se llamaba Bernardo Grinspun. Ésa  fue la primera vez que lo vi, iniciando una cordial amistad y activa cooperación (incluso en el gobierno nacional) que duró hasta su muerte, muchos años después. En cuanto a Galetti, despareció y nunca más se supo nada de él.

Pero aún en el fragor de estas intensas luchas políticas, contra el fascismo gobernante y en pro de la Reforma Universitaria, entidades como el CEI tuvieron siempre tiempo y voluntad de hacer otras cosas importantes. Se seguía así la vieja línea del CEI que, en 1925, había invitado a Albert Einstein a visitar Buenos Aires, pagando su pasaje desde Berlín y todos los gastos de su estadía, lo que Einstein retribuyó con una serie de cinco conferencias que dictó en la vieja y querida Aula Magna de la Facultad en Perú 222. De las épocas de mi actuación hay muchas cosas que podría evocar. Me limitaré sólo a dos o tres. En 1950 y 1951, el CEI batió todos los records de publicaciones técnicas. En esos años editó siempre regularmente Ciencia y Técnica y no menos de 80 libros altamente apreciados por su rigor técnico y científico, muchos de ellos  escritos por profesores de la facultad y otros traducidos del alemán, inglés o francés. Además, desde luego, también  los apuntes para todas las materias que se cursaban en la Facultad. Funcionó también una admirable Comisión de Cultura, que alguna vez presidió Tania Patlis y que, entre otras muchos cursos y actividades culturales, organizó una serie de conferencias de divulgación de la música clásica que estuvo a cargo del eminente director de orquesta alemán Theodor Fuchs (exilado de su patria en 1937).Y también, en colaboración con el Colegio Libre de Estudios Superiores que entonces dirigían los tres hermanos Frondizi (Arturo, Silvio y Rizzieri) propició inolvidables cursos y conferencias especialmente preparadas para estudiantes universitarios. También cabe recordar los memorables bailes que una vez al año se hacían en el salón “Les Ambassadeurs”. Recuerdo que en uno de ellos, Milo Gibaja salió al escenario, vestido de cura, mientras la orquesta tocaba el tango y el cantor cantaba muerto de risa “y pensar que hace 10 años fue mi locura”....

Ese año 1950 en que fui por primera vez delegado del CEI a FUBA, la Liga Reformista que habíamos fundado a principios de ese año, integró a muchos estudiantes de casi todas las facultades de la UBA, unidos todos en la lucha por la vigencia de las instituciones democráticas y la Reforma Universitaria Aún a riesgo de olvidar muchos nombres, recordaré a Jorge Torres de Agronomía, Noé Jitrik, Gerardo Andujar, Boris David Viñas, Haydée Gorostegui, Miguel Murmis, Noemí Fiorito, Darío Cantón y Ramón Alcalde de Filosofía. A Héctor Mase, Bernardo Grinspun, Jorge Graciarena, Ruth Sautú, Jorge García Tudero  y Abel Alexis Latendorf de Ciencias Económicas. A Leónidas Barrera Oro de Odontología. Al inolvidable César Milstein del Doctorado en Química. A Félix Luna, J. Felipe Lunardello, Milo Gibaja, Gregorio Selser, Isay Klasse y Luis A Vila Ayres de Derecho. Y, desde luego, a todos los que integrábamos el MUR de Ingeniería. La lista puede llegar a ser interminable. Lo que me llena de satisfacción al evocar estos nombres es el hecho de que muchos de ellos tuvieron luego brillante actuación en sus profesiones y hasta en el gobierno del país y organismos internaciones. Y también algunos se destacaron en actividades científicas en el extranjero, que fueron altamente apreciadas en el mundo entero. Y que ninguno de ellos fue jamás acusado de hacer alguna de las cosas que tanto nos han perjudicado y avergonzado como país.

Hacia fines del año 1950 y principios de 1951, aparecieron en Ingeniería dos nuevas listas que nucleaban a diferentes sectores del estudiantado. Cada una de ellas merece por lo menos un párrafo destacado en estos recuerdos míos, por su indudable valor y porque demostraron cómo el movimiento estudiantil recogía distintas opiniones amparando su desarrollo en una nueva prueba de su adhesión a los valores de la democracia. Una de estas agrupaciones se llamó Unión Reformista de Ingeniería. La integraron principalmente estudiantes que, en esa época, tenían simpatías por el movimiento anarquista. Sus principales dirigentes fueron, entre otros,  Adolfo Canitrot, Jorge Albertoni, José Manuel Pedregal y Mario A. Liebeschütz. Actuaron como agrupación independiente hasta que, en 1952, el gobierno dictatorial quitó la personería jurídica al CEI y con eso pensó que acababa con él. En ese momento, todos los integrantes de URI se solidarizaron plenamente con la acción del CEI y actuaron decididamente en la creación del CEI “La Línea Recta” que se fundó entonces para continuar la lucha estudiantil. Algunos llegaron a ser presidentes del nuevo CEI La Línea Recta, todos fueron perseguidos por la policía peronista y muchos pasaron mucho tiempo en prisión. Algunos de ellos hasta tuvieron que soportar el sadismo de los que los sometieron a un simulacro de fusilamiento en junio de 1955. La Fundación 5 de octubre de 1954 puede dar testimonio de estas luchas en mejor forma que yo. Lo que quiero destacar es que este grupo altamente intelectual de estudiantes de ingeniería se destacó mucho en las terribles luchas que se produjeron desde 1951 y hasta setiembre de 1955.

En 1951-52 comenzó a actuar decididamente el grupo de estudiantes que constituyó las agrupaciones humanistas. En Ingeniería se llamaron Agrupación Humanista Renovadora. Sus principales dirigentes eran Ludovico Ivanissevich Machado y Guido di Tella, que entonces tenía una posición netamente antiperonista y a favor de la democracia, Pronto extendieron su acción a las demás facultades de la UBA y fueron un valioso aporte a las luchas de esos años. Los humanistas eran jóvenes católicos que estudiaban las doctrinas del filósofo francés Jacques Maritain y su mujer Raissa Oumansoff, una judía rusa convertida al catolicismo a la que había conocido mientras ambos eran alumnos de Henri Bergson y discutían la actualización de  las ideas de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Como se ve, el humanismo tuvo amplias raíces intelectuales de primer orden. Sus militantes fueron valientes colaboradores en la lucha por la democracia universitaria y llegaron a ocupar posiciones importantes en el movimiento. En Ingeniería obtuvieron la minoría de la CD en la primera elección a la que se presentaron y conservaron esa posición en los años siguientes. Cuando la dictadura quitó la personería jurídica al CEI, los humanistas permanecieron en sus puestos y fueron realmente muy importantes en las acciones de la creación del CEI “La Línea Recta”. Reconocían vinculación con los movimientos demócratas cristianos europeos. Su incorporación al movimiento estudiantil fue celebrada porque incorporaba muchas voluntades bien intencionadas, inspiradas en la lucha por los valores de la democracia.

En 1951 fui elegido nuevamente delegado del CEI a FUBA junto con Mario Pío Gómez. En ese mismo año los recordados Jorge Roulet y Gerardo Andujar, fueron nombrados Presidente y Secretario General de FUA. A mí me tocó desempeñarme como Secretario General de FUBA secundando a Viñas, de Filosofía, que fue designado presidente. El acontecimiento más importante de ese año fue lo ocurrido con el estudiante de Química, Ernesto Mario Bravo. Éste era un estudiante comunista pero su actuación no era muy destacada. Estaba a cargo de Propaganda en el Movimiento por la Paz. Fue secuestrado en su casa y bárbaramente torturado según se supo luego por declaraciones del Dr. Alberto J. Caride que fue quien lo atendió cuando los torturadores temían que se les muriera. El Dr. Caride hizo declaraciones tan precisas que debió exiliarse por temor a que lo detuvieran precisamente por ello. Al conocerse el caso de Bravo, se iniciaron importantes movimientos en las universidades de Buenos Aires y La Plata, con huelgas y actos en todas las facultades y el apoyo de todos los centros de estudiantes. Hubo detenciones de dirigentes estudiantiles y vergonzosas declaraciones del rector Arq. Otaola que atribuyó todo a presuntas “presiones políticas” que se habrían querido ejercer sobre el gobierno peronista. Finalmente, Bravo fue liberado y concluyó su recuperación en libertad. En su momento mandó una carta de agradecimiento por la acción de las organizaciones estudiantiles que habían logrado que recuperara su libertad y estuviera vivo. Viajó luego a Varsovia y Moscú, para cumplir diversas tareas que le habían encomendado en el Partido, pero lo que nunca podré olvidar es lo que hizo cuando los comunistas argentinos adoptaron la línea de Juan José Real. Este dirigente consiguió que el Partido cambiara su posición y apoyara al peronismo. Entonces los estudiantes comunistas proclamaron su afiliación a la Confederación General Universitaria organismo títere del peronismo gobernante con el que éste pensó anular la acción de FUA y los centros de estudiantes, al que me referiré más adelante. Pues bien, Ernesto Mario Bravo adhirió públicamente a la CGU y llegó a desdecirse de las cartas de agradecimiento que había enviado al recuperar su libertad. Ni que hablar de lo mal que recibimos esta actitud suya.

En febrero de 1952 se desarrolló en Rio de Janeiro un Congreso Panamericano de Estudiantes convocado por la Unión de Estudiantes Universitarios del Brasil. FUA envió cuatro delegados a ese Congreso: Ideler Tonelli de la FULP, Raúl Audenino de la FUC, Mariano Vicente Díaz de la FUL y yo por la FUBA. Fue auspiciado en plena época de la guerra fría, por el COSEC (Co-Secretariat of National Union of Students, con sede en Holanda), que se había constituido en una fuerte organización contra la Unión Internacional de Estudiantes (UIE), con sede en Praga y que estaba ya  dominada por los comunistas y a la que me referiré más adelante. En ese Congreso tuve la oportunidad de hacerme amigo muchos universitarios que entonces representaron en Rio a sus uniones nacionales y luego tuvieron amplia actuación política en sus países. Entre ellos Rodrigo Carazo (que unos años más tarde fue elegido presidente de Costa Rica y me invitó especialmente a la ceremonia de asunción del cargo) José Antonio  Echeverría, presidente de los universitarios cubanos que fue asesinado en 1957 por las huestes de Fulgencio Batista y el delegado de la FEUU del Uruguay, Ángel Rama, que fundó y dirigió en Montevideo, el prestigioso periódico “Marcha”. En este congreso se adoptaron importantes resoluciones de condena a los regímenes totalitarios de América (entre los cuales se incluyó expresamente al régimen peronista) la denuncia la acción de los imperialismos, el reclamo de la absolución de los luchadores independentistas de Puerto Rico y la condena a la represión estudiantil en Venezuela que estaba haciendo en ese país, el régimen dictatorial y corrupto de Marcos Pérez Jiménez quien, años más tarde, sería uno de los varios dictadores y tiranuelos latinoamericanos que recibiría a Juan Perón en las primeras etapas de su exilio. 

Durante el año 1952 fui Secretario de Relaciones Internacionales de la FUA, cuando el presidente era Pedro Perette de la FUL. El acontecimiento más importante en el que me tocó actuar, fue el de la desafiliación de FUA de la Unión Internacional de Estudiantes, con sede en Praga. Esta organización se había constituido poco después de la guerra y, en sus primeros años, tuvo una representación genuina de estudiantes de casi todos los países europeos y americanos. Pero en la década del 50 estaba ya dominada por los comunistas y se había convertido en una simple repetidora de consignas del Komintern. En 1952 los que aparecían como dirigentes de la UIE eran dos checos: uno de ellos se llamaba José Grohman (también firmaba a veces como Grossman) y el otro era un pariente de Rudolf Slansky, que usaba el verdadero apellido (Salzmann) de este altísimo dirigente comunista checo. En ese año, los comunistas checoeslovacos hicieron en su país una razzia muy parecida a los juicios de Moscú de la década del 30 que terminaron con las confesiones y fusilamientos de viejos y poderosos comunistas como Zinoviev, Kamenev, Bujarin y tantos otros. En esos infames juicios, cargados de antisemitismo con claras acusaciones a “los traidores judíos” se logró que Rudolf Slansky (que era judío) y primer secretario del Partido Comunista “confesara” su culpabilidad y aceptara todas las acusaciones que se le habían hecho. En consecuencia, fue condenado a muerte y ejecutado junto con el segundo secretario, Vladimir Clementis, que era el jefe del partido comunista de Eslovenia. Junto con ellos desaparecieron los dos dirigentes de la UIE con los cuales FUA había tenido relación. Eran ellos Grohman (o Grossman) y Salzmann (ambos judíos). Por mandato de la Junta Representativa mandé varias cartas y cables a Praga tratando de averiguar qué había sido de ellos. Una vez hice hablar por teléfono a Praga (lo hice con alguien que estaba en ese momento en Montevideo porque, lógicamente, era muy peligroso hacerlo desde la Argentina). No tuve ninguna respuesta y nunca supimos nada sobre estos dos dirigentes estudiantiles. Resultó evidente que habían sido purgados y suponemos que también ejecutados como Slansky, Clementis y otros siete dirigentes. En vista de eso, la Junta Representativa de FUA me encomendó  por unanimidad que redactara una carta en la que informara a la UIE que FUA había resuelto romper relaciones con ella y finalizar su afiliación. Como lógica consecuencia, hice llegar a todas las uniones nacionales del mundo, con las que FUA tenía relaciones, una copia de la carta en sus versiones  en castellano, inglés y francés. En esta tarea en la Secretaría de Relaciones Internacionales colaboró mucho Mario Sekiguchi (a quien todos llamábamos Seki) quien, en esa época era estudiante de ingeniería.

La FUA continuó vinculada al COSEC. Sus delegados concurrieron luego a varios congresos, entre ellos los de Copenhague y Estambul pero éstos se desarrollaron cuando yo estaba cursando las últimas materias o ya me había recibido. Sin embargo, aunque ya me había graduado, me tocó participar en representación de FUA en un Congreso de Prensa Estudiantil, que se celebró en noviembre de 1954, en Leiden (sede de la más importante universidad de Holanda) y que fue organizado por el COSEC. Allí conocí y me hice amigo de Kalervo Siikala,  el representante finlandés a quien luego volví a tratar cuando él era  Ministro de Educación de su país y yo estaba en la Secretaría de Industria de la Argentina. En este congreso de Leiden trató de participar un representante del Sindicato Español Universitario (SEU) organización franquista que pretendía representar los estudiantes españoles. Como correspondía, de acuerdo con la posición de FUA, me opuse a su participación y logré que fuera rechazado por amplia mayoría. Lo inusual fue que en ese congreso tuve una actividad extra y bastante divertida. El hombre que vino por el SEU sólo hablaba castellano. Pero en esa reunión las únicas lenguas oficiales eran el inglés y el francés. Por esa razón tuve que servir de traductor para que él se enterara de lo que se decía cuando se trató su tema, y también le traduje al español, mi encendido ataque al franquismo y la representación que él detentaba. Pero, además debí traducir su argumentación para que la conocieran los demás miembros del congreso, que no hablaban castellano.

En 1952 el gobierno creó la Confederación General Universitaria. Con este organismo pensaba destruir los centros y federaciones de estudiantes. El intento resultó ser solitario y un completo fracaso. En Buenos Aires los dirigentes fueron los hermanos Mitjans. Uno en Derecho y el otro en Ingeniería. Pese a la propaganda gubernamental y la importante suma de dinero que se invirtió, la CGU no logró ningún apoyo importante. Pero ahí estaban los comunistas, que en esa época debían obedecer a la línea que Juan José  Real había logrado imponer en el Comité Central. Los estudiantes comunistas (incluyendo a Ernesto Mario Bravo y varios de ingeniería cuyos nombres prefiero no recordar por lo que digo al comienzo de estas notas) proclamaron su afiliación a la CGU. Algunos renunciaron a los centros y otros fueron expulsados. El intento terminó sin pena ni gloria. Posteriormente supe que Fernando Mitjans se había recibido de escribano. En cambio nunca supe nada sobre Carlos Mitjans que aparecía como estudiante de ingeniería. Puede que haya sido realmente estudiante y hasta puede que se haya recibido alguna vez,  pero lo cierto es que nunca lo vimos en la Facultad.

En septiembre de 1952 Perón firmó un decreto por el que revocaba la personería jurídica del CEI. En ese momento era presidente del CEI un correntino corajudo, gran amigo y luego excelente ingeniero. Se llamaba José A. Alegre. El Secretario General era Gullermo Edelberg. Ambos decidieron valientemente seguir manteniendo la CD y cubrir con arreglo a los estatutos las vacantes que habían dejado los miembros que se atemorizaron y. en consecuencia, habían renunciado. Ingresaron a la CD, entre otros,  Jorge Roulet como Vicepresidente y Julio A. Canella como Tesorero. A mí me tocó ser Director de Ciencia y Técnica porque, como estudiante regular del quinto año, cumplía con los requisitos estatutarios. Pero, por supuesto nunca se pensó que en esas circunstancias sacaríamos algún número de la revista. Tuve, pues, el honor de ser el Director de Ciencia y Técnica que nunca editó un número de la revista y tengo, como recuerdo, una linda medallita igual a la que se daba a los directores que sí habían desempeñado esa función adecuadamente. Mi designación y la de los nuevos miembros de la CD, tuvo como objeto registrar las firmas en el Banco Nación y retirar los cuantiosos fondos que había en las cuentas del CEI y las de la revista. Fuimos todos un día al Banco, presentamos los cheque firmados por los que debíamos hacerlo y retiramos una suma muy importante. La cosa era bastante arriesgada pero logramos hacerla bien y sin problemas. Los fondos se usaron para pagar las indemnizaciones a los viejos empleados del CEI y Ciencia y Técnica (Clarissa, Lemos, Lancillota y Marcovecchio) a los que no podíamos dejar en la calle después de tantos años de leales servicios prestados. Otra parte importante se usó para comprar un departamento en la Diagonal Sur donde se instaló el CEI “La Línea Recta” (para evitar problemas y asegurar la utilización correcta, esta compra se hizo a nombre de dos estudiantes que corrieron el riesgo muy voluntariamente). Lo que sobró, que no era poco, se siguió usando para publicar apuntes y libros.


Di mis dos últimas materias el 3 de agosto de 1954. Todavía conservo las fotografías tomadas ese día en el patio de Perú 222 y en El Querandí en las que se ve el tratamiento al que fui sometido (desde luego que muy contento) según la costumbre que se seguía siempre con los que se recibían. Pero no tuve entonces mi título. El año anterior el Rector de la universidad había decidido incluir en el plan de estudios una nueva materia que se llamó  “Formación Política”. La singularidad de esta materia es que se aprobaba solamente asistiendo a las clases y registrando presencia en ellas. Si no se iba a clase se debía rendir un examen. Se trataba de un simple y detallado adoctrinamiento peronista y era obligatorio aprobar esa materia para poder tener el título. En Ingeniería el profesor era un abogado de apellido Tezanos Pinto y, por lo que me fui enterando, sus “clases” consistían en recitar con abyecta obsecuencia  los discursos de Perón. Decidí que yo no concurriría a esas clases y que tampoco rendiría el examen. O sea que estaba decidido a que no tendría mi título de ingeniero industrial hasta que no cambiara la situación del país y la universidad. Pero hice algo más. Recurrí al Tratado que habían suscripto en 1908 las universidades de varios países latinoamericanos. Obtuve un “certificado de estudios incompletos” que detallaba todas las materias aprobadas entre las que, por supuesto, no figuraba “Formación Política”. Traté el tema con el Dr. Carlos Sánchez Viamonte con quien estaba trabajando mucho en esa época. Este ilustre jurista redactó un memorial excelente y muy bien fundado, que presentamos a la Universidad del Uruguay para que se reconocieran mis materias aprobadas según lo que disponía el Tratado y se comprobara que así tenía cursadas y aprobadas la totalidad de las materias que se exigían para que la Universidad del Uruguay me otorgara el título. Finalmente, el Consejo Superior aprobó lo solicitado el día 15 de setiembre de 1955 ... En febrero de 1956 me extendieron el diploma en Buenos Aires. En la misma época Carlos Lacerca hizo la misma gestión, con el patrocinio de Alfredo L. Palacios. Pero luego ya no se pudo hacerlo otra vez porque el Decano de Ingeniaría había dictado una resolución absolutamente ilegal por la que se disponía que no se otorgaría el “certificado de estudios incompletos” a aquellos estudiantes a los que les faltara menos de tres materias para terminar la carrera...

En el transcurso de esos años, mi nombre apareció en numerosos volantes y carteles en los que se me acusaba de toda clase de cosas. Los comunistas llegaron a distribuir públicamente un volante en el que aseguraban que yo había recibido 15.000 dólares directamente de manos del embajador de los EE.UU. para que  siguiera mi acción contra los comunistas en FUBA y FUA. El volante decía que este caballero me había entregado personalmente ese dinero, un día a las 4 y media de la tarde en la calle, en la esquina de Florida y Corrientes y por eso ellos habían logrado enterarse fácilmente. Es evidente que los autores del volante se habían empecinado en hacerme parecer muy tonto además de vendido al imperialismo yanqui. Desde luego, también el embajador resultaba un imbécil al actuar de esa manera.

El gobierno y sus adláteres de la policía y la CGU también me incluyeron más de una vez en volantes y carteles. Como broche final de estas notas sobre mi actuación en el movimiento estudiantil, incluyo como última página la foto de uno de esos  volantes en la que se ataca al CEI “La Línea Recta” y se acusa de comunistas a muchos de sus militantes, entre los cuales estoy yo. También los hay de otras facultades a los que se les hace la misma acusación. Lo interesante es que una de las acusaciones es que los que allí figuramos con nombre y apellido, éramos “estudiantes crónicos”. Por lo menos en mi caso la acusación era ridícula. Ese cartel se pegó profusamente en las paredes próximas a todas las facultades, en octubre de 1954, cuando yo ya había terminado mis estudios que había cursado precisamente en los seis años establecidos por los programas, pese a mi activa militancia reformista. Además, ya ni siquiera estaba en el país. Este cartel puede verse también en el libro “Aquí FUBA”



           

           

             



























[1] Hugo Gambini – “Historia del Peronismo”  Editorial Planeta 1999, Tomo I, página 16. En el mismo libro, véase la foto en la que aparece destacadamente el entonces Capitán Perón escoltando el coche en el que el General Uriburu marcha con otros militares golpistas para tomar el gobierno el 6 de setiembre de 1930.
[2] “¡Aquí FUBA!” Roberto Almaraz – Manuel Corchón – Rómulo Zemborain Editorial Planeta 2001, citando a Tomás Eloy Martínez, “Las memorias del General”, Planeta 1996